Familia de Severiano González y Guadalupe Madera
Los abuelos maternos vivían en una posición desahogada dentro del mundo rural. Tenían un pequeño rebaño de vacas lecheras, gallinas, patos y el burro, animal imprescindible para las labores diarias de transporte del verde para el ganado, de las pequeñas cosechas de la vega, así como para el abono de los prados y las huertas. Me llamaba la atención este modo de vida distinto y más cercano a la naturaleza. Tenían toda clase de árboles frutales, manzanas, peras, ciruelas, cerezas, guindas, membrillos, melocotones, nueces, avellanas y castañas. Todas estas variedades de frutas estaban distribuidas en las distintas propiedades rústicas. Cuando era la época de la recogida de la hierba las visitábamos todas.
Recuerdo con especial cariño la primera vez que el abuelo Severiano me aupó en el burro para que le acompañara a visitar alguna de las fincas. Tenía por aquellos días entre tres y cuatro años, pero nunca se borró esta imagen tan agradable.
De mi abuelo Severiano guardo unos recuerdos muy contados y concretos. Sé por la familia el carácter simpático, ocurrente y bonachón que tenía. Tengo la imagen viva de cuando me cogía de la mano y le acompañaba a ordeñar las vacas al establo que tenía enfrente de su casa. Nunca había bebido la leche recién ordeñada hasta ese día con el abuelo, pero jamás volví a sentir ese placer a lo largo de mi vida. Siendo yo muy pequeño, enseguida congenié con el abuelo y me sentí alegre con él, a pesar de que apenas lo conocía.
El abuelo Severiano era hijo de maestro y tenía estudios de magisterio, aunque no había terminado la carrera. Siento no poder describir físicamente al abuelo Severiano, porque tengo una imagen muy difusa y no quiero utilizar las fotografías que guarda la familia, sino los recuerdos que yo tengo desde mi infancia; esa es, precisamente, la razón de estas páginas.
La abuela Guadalupe es un personaje más real y menos anecdótico en mis recuerdos. Mis impresiones sobre ella van cambiando desde las primeras visitas a Tudela hasta las últimas conversaciones con la abuela pocos días antes de morir.
En mis primeros recuerdos la siento envuelta con el resto de personas que pululaban por la casa de los abuelos, sin que ella tomara ningún protagonismo especial. Se va haciendo más real con el paso del tiempo hasta sentirla como ahora la veo.
Era una mujer a primera vista distante, seria, de carácter fuerte, hecho a fuerza de superar las dificultades que la vida traía a una joven madre con ocho hijos. Lupe o Lupa, como la llamaban en el pueblo, era una buena ama de casa de principios de siglo. Su madre, por la experiencia de la pequeña fonda que tenían sus padres en Borines[1], había enseñado a su hija a cocinar mejor que cualquiera otra del pueblo. Sabía sacar provecho de las cosechas de las fincas de la Vega de Tudela, así como de los frutos de los árboles, que ella preparaba para su conservación en ricas mermeladas, confituras y buenos postres. De esta manera no desperdiciaba los sobrantes del consumo diario. Era virtud de una buena ama de casa de un pueblo agrícola-ganadero saber estirar y multiplicar al máximo las cosechas y los frutos del año. No puedo olvidar las delicias del sabor de sus confituras de cerezas, de ciruelas, peras, manzanas y melocotón. Lupe las cocinaba en una de las calderas de cobre que tenía colgadas encima del fogón de la cocina y luego las trasladaba en pequeños frascos al pasamano del corredor para que recibieran el sol.
Estas cualidades culinarias mostraban su paciencia para el trabajo duro de la cocina, virtud esta que aparecía también en el trato con los suyos y con el vecindario. La abuela Guadalupe había heredado el carácter duro, seco y formal de su padre Miguel, no había duda de que era la que mandaba en casa de Severiano.
Gozaba de buena amistad con el vecindario, de una manera especial, con Cesárea, vecina de puerta, con la que compartía conversación y cigarro, después de terminar las faenas de la casa, en el banco que estaba al lado de la puerta principal de la casa de su amiga. Este rato de recreo con Cesárea era sagrado para la abuela, porque Cesárea, que era simpática, parlanchina y de buen carácter, agradaba y relajaba a Lupe.
Cesárea era alegre y le gustaba compartir las canciones de la época con las faenas de la casa. Otra de sus aficiones consistía en acercarse hasta la casa de Quico el Sastre para escuchar la radio, que éste colocaba en la ventana del comercio para que pudieran escuchar el resto de los vecinos. Era de dominio público el carácter, los modos, las maneras poco varoniles y amaneradas de Quico, cualidades estas que le hacían poco simpático con el resto de los vecinos. Una noche de escucha musical en los aledaños de la casa de Quico, estaba apiñado de vecinos sentados en torno a la radio, cuando, desde el silencio, aparece la voz de protesta de Cesárea, porque no acababa de sonar la canción, que a ella le gustaba escuchar:
- Esti maricuelu[2], que repunante[3], ¿ por qué nun nos pondrá la canción de Allá en La Habana?
A lo que su hijo Cilio contestó con mucha contundencia y poco respeto:
- ¡ Mollía! , esto nun se pon, vien ello.
A parte de estas anécdotas simpáticas de Cesárea, Guadalupe fue siempre con ella buena vecina para lo bueno y para lo malo. La acompañó en el sanatorio, cuando tuvo la desgracia de perder un brazo, fue generosa en silencio y su mejor amiga.
[1] Borines, pueblo de Asturias perteneciente al ayuntamiento de Infiesto, más conocido por su manantial minero-medicinal.
[2] Maricuelu, amanerado.
[3] Repunante, antipático, desagradable, molesto.