VIGÉSIMA QUINTA HISTORIA

LA PENA FINGIDA DE COLASA

La pena fingida

          Colasa formaba parte del paisanaje del pueblo de San Salvador. Su simpatía, su ingenio, su llaneza y su naturalidad ante la vida la hacen atractiva y singular entre el vecindario del pueblo.

Colasa es una mujer de aspecto voluminoso, de altura normal y de atuendo descuidado. Tiene la cara redonda, grande y gorda como una pamesta[1]de pan de escanda. Sus ojos vivarachos bailan al son de sus palabras y peina el pelo lacio con brillantina. Es ancha de hombros y esta proporción se prolonga hasta las rodillas rollizas. Tiene el carácter alegre, extrovertido que muestra con una sonrisa permanente en el semblante. A los niños, compañeros de sus hijos, siempre nos acogió en su casa con paciencia y cariño a pesar de las necesidades que pasaba.

Llegué a San Salvador en las vacaciones veraniegas de estudiante, coincidiendo con la noticia de la muerte de Pilarona, la madre de Colasa. Luis Angel, sobrino político de Colasa, y buen amigo mío, fue quien me dio la noticia y me acompañó a saludarla y consolarla. Pilarona, la madre de Colasa, que era como la llamaban en Pelúgano, su pueblo natal y donde vivió hasta que vino definitivamente a casa de Colasa a recibir los cuidados propios de la edad, llevaba varios años en la compañía y cuidado de su hija.

Por las gentes del pueblo supe que la relación entre madre e hija nunca fue muy buena,  pero que se soportaban con resignación. Colasa, sobre este asunto, argumentaba que su madre había sido muy poco cariñosa con ella y que cuando la necesitó nunca la encontró. Colasa tenía un rebaño de rapacinos y, en aquella época, costaba mucho esfuerzo sacarlos adelante. La madre, que estaba en mejor posición, nunca colaboró con las muchas necesidades de Colasa. Esto, y la antipatía que se profesaban la madre y la hija, alimentaron esta mala relación familiar.

Cuando Luis Angel y yo llegamos a la casa mortuoria, Colasa estaba despidiendo con gesto compungido, a una de las vecinas que se había acercado para acompañarla en estos momentos. Nos separamos discretamente, mientras Colasa se despedía de Fidela, la vecina más cercana de su casa. En cuanto cerró la puerta de la casa, Colasa cambió de cara y como si de una metamorfosis se tratara, nos saludó serena, cariñosamente, y suspirando de alivio  nos dijo:

- ¡ Ay fiyinos! Con vosotros num pueo fingir. Num me cai una lágrima, por mas que lo intento num pueo llorar. Esta muyerona, -señalando la habitación en la que yacía el cuerpo ya muerto de Pilarona-, fue muy malona pa mi. Nunca me echó una mano cuando la necesité. Después, cuando la traje a mió casa, nunca se vio fartuca con na de lo que-y daba. Valía muncho más la mierda que-y daben los mis hermanos que todo el oro del mundo que-y diera yo. Mio padre muncho sufrió con ella, porque siempre fue una quexona y una fociconzona[2]. ¡ Dios la tenga en la gloria ¡. ¡Ta muy bien allá!.

 


[1] Pamesta, pan grande de forma redonda.

[2] Fociconzona, enojadiza, huraña, que se enfada con facilidad.