MACHOTE, EL CHIGRERO MÁS FAMOSO DE SAN SALVADOR

35 historia

 

 

Machote es uno de estos paisanos míos que ya presenté y hablé de él con ocasión  del pasaje de la confesión de Serafín con don Feliciano, el canónigo. Machote es un vecino al que yo guardo mucho cariño, igual que a su mujer y a sus hijos.

En aquella ocasión Machote sirvió de transmisor oral, a modo de juglar medieval, para que no se perdiera esta vivencia que yo os he contado.

Machote había venido a vivir a la capital del concejo a finales de los años cincuenta o principios de los sesenta; natural y vecino de Felechosa, ferroviario de mantenimiento del Vasco-asturiano en la línea que hacía el recorrido entre Oviedo y Collanzo.

Cuando llegó a San Salvador cogió el traspaso de un chigre[1]propiedad de Benjamín el carnicero. Era una taberna relativamente moderna porque llevaba pocos años en funcionamiento. El mostrador estaba enfrente, según asomabas por la principal, entre dos puertas, la de la izquierda que entraba a la cocina, la de la derecha que salía al comedor y se comunicaban. El resto del local estaba lleno de mesas de estructura de hierro con encimera de mármol blanco con sillas y bancos de madera sin respaldo arrimados a las paredes laterales.

Machote, como su nombre indica, era grande, fuerte y simpático. Cuando tenía alguna copa de más presumía de su fuerza y virilidad  haciendo profesión de machote. El orgullo por el apodo fue tal que lo exhibió en el toldo que embellecía la terraza: Café – Bar Machote, lo mismo que en las cajas de sidra.

Machote regentaba personalmente la parte de chigre del bar, mientras que su mujer preparaba las comidas y su hija atendía a los clientes en el comedor. Pronto Machote, con la buena marcha del negocio, dejó la profesión de ferroviario y se dedicó en cuerpo y alma al bar.

Machote tenía costumbre, por las tardes cuando ya el alcohol había hecho su efecto, echar discursos, decir algún chascarrillo y contar historietas como la del canónigo, todo ello adornado por los vulgarismos fonemáticos involuntarios que usaba con toda naturalidad, de los que ya hice mención en el  citado apartado.

Evitaba la presencia de su mujer durante el parloteo. Pero algunas veces la aparición inesperada de su mujer producía enfrentamientos dialécticos entre la pareja que hacían la delicia de la clientela. Los más pícaros intervenían a favor de la mujer para excitar la incontinencia verbal de Machote que siempre zanjaba la discusión exigiendo a su mujer respeto jurisdiccional del territorio con estas palabras:

-      Tú gobierna p´allá- señalando a la cocina -que p´acá gobierno yo-señalando al chigre.

La mujer obedecía resignada no sin antes advertirle el ridículo que estaba haciendo ante la clientela con estos epítetos:

-      ¡ Gochón ¡ ¡ Borrachón ¡ ¡ Tontón ¡

El poder coercitivo de la ley

Machote recibía con agrado a los estudiantes del pueblo cuando llegábamos de vacaciones y siempre nos tenía preparada la última historia que entendía que podía hacernos gracia. Estaba muy agradecido porque nosotros hubiéramos divulgado sus hazañas más allá de los límites del concejo.

-      ¿Sabéis el incidente que tuve con unos chavalinos de Mieres?

-      Cuenta Machote, cuenta…

- Yo estaba hablando con mi mujer cuando vi entrar por la puerta a dos mozucos muy repeinaos, con muncha conversación y que con descaro me decíen:

¡Machote! ¡ponnos dos copes de coñac!.

Ya nun me gustaron les palabres ni los prójimos y vi que se habíen confundío de establecimiento y de paisano. ¿Qué confiances son eses?, dije yo pa mi.

A Machote no le gustaba que le llamaran por el apodo más que los conocidos y los del pueblo que le caían bien, y continuó contándonos:

Aunque nun me gustó el tratu púseyos les copes y di la vuelta pa poney un café a Pepín el Pucheru, ya sabéis lo pesau que se pon y nun callaba con el petitoriu, pero cual ye mi sorpresa cuando veo por el espejo de la estantería, que aunque está puercu fai serviciu, que uno de ellos empuja adrede una de les copes y tírala al suelu. Hay niñín donde te metiste, dije yo pa mi. El rapaz con todo el descaru del mundo va y me diz:

¡Paisano cayóseme la copa!.

Yo sin rechistar cogí la botella, pusei otra copa y agarré la ley – un cayau grande que tenía encima de la estantería –  púsela encima del mostraor y dijei:

Ahora invitavos la casa, pero con una condición, que nun caiga ni una gota, nun se vaya a enfadar la ley.

Terminó la historia con la siguiente reflexión ética-machotil:

-Nun ye por na pero el cayau anque nun ye Dios fai milagros.


[1] Chigre, establecimiento dedicado principalmente a la venta de bebidas y comidas.