Publicado el el Diario Montañés el 16 de febrero 2014
Francisco de Goya, fue un pintor que destacó por sus retratos de personajes de la nobleza y reyes, escenas amables de su tiempo, desgarradas imágenes de guerra y sueños imposibles, aunque la inmensa mayoría de la gente le asocie solo con majas desnudas o vestidas. Hoy se le ha convertido en símbolo del éxito del cine español, con una ceremonia que calca la parafernalia de la entrega de los premios Óscar de Hollywood: nominaciones, alfombras rojas con paseíllo de famosos, glamour de vestimentas, maestro de ceremonias con discursito final de agradecimientos mientras se exhibe el trofeo. Hasta aquí, nada que criticar. La Academia del cine español organiza sus actos como le da la gana. Pero el ejemplo imitado esta corrompido. En Hollywood se premian películas realizadas con dinero privado, sin un solo dólar de subvención y nadie espera la presencia de ningún representante gubernamental en la ceremonia de premios. La industria del cine americana invierte dinero dedicado al ocio, de la que esperan beneficios aumentados por el eco del premio conseguido. Un ciudadano americano jamás comprendería que parte de sus impuestos se dirigiese a subvencionar una película cuyos beneficios fuesen privados.
En España, estamos tan acostumbrados a depender del Estado, que pocos arriesgan una actividad comercial si no va acompañada de ayuda pública. Con el habitual argumento de que la cultura debe ser amparada, el cine español espera la correspondiente subvención para hacer su trabajo. Así se ha venido haciendo durante años y a costa del dinero de todos se han filmado películas, la mayoría de las cuales son ignoradas por los espectadores. Aunque se argumente el alto precio de las entradas, este es el mismo para una película extranjera que para una española, y mientras las primeras llenan los locales de exhibición, las segundas difícilmente cubren sus costos en taquilla. Entonces, se argumenta que el Estado debe protegerlas exigiendo a las salas de proyección una cuota de exhibición de creaciones españolas, aunque se queden vacías y en nombre de la cultura, se solicitan subvenciones que permitan mantener una industria a la que los espectadores dan la espalda.
El cine español, se ha apropiado de la aureola de ser los representantes de la cultura, los depositarios de la intelectualidad, los portadores de la antorcha de la libertad de expresión e insiste en producir astracanadas rodeadas de zafiedad. Se empecina en revolver sobre cuestiones sociales y no encuentra más originalidad que el esperpento y surrealismo. Durante los años del franquismo triunfaba el cine folclórico, sustituido más tarde por el destape, ganándose esas películas el sobrenombre de “españoladas”. Hoy han sido sustituidas por guiones envueltos en avatares sociológicos que a los espectadores no les provoca interés alguno. Las grandes obras que en su día marcaron hitos — Calle Mayor, El verdugo, Viridiana, Muerte de un ciclista, Los santos inocentes, Plácido, El sur, Atraco a las tres, …– no encuentran sucesores, salvo muy escasas excepciones, y muchos actores solo triunfan precisamente en Hollywood, al margen de cualquier subvención, mientras se insiste en películas donde la guerra civil es contada una y otra vez desde la misma óptica, situaciones con burdos personajes, actores que escupen sus diálogos, guiones sin originalidad, que pretenden mostrarse como exponentes de cultura, merecedoras de protección oficial. Todo ello ha conducido al rechazo de los espectadores
La ceremonia de entrega de los premios Goya se ha convertido en la ocasión anual para reclamar subvenciones que nunca les colman y foro de protesta, donde se espera que quien les da dinero, sea diana de cualquier insulto. ¿Por qué debe ser subvencionada la profesión de unos señores que durante años se muestran incapaces de lograr algo atractivo mientras miles de actividades empresariales privadas deben ganarse la vida con su propio esfuerzo?. ¿ Qué les hace diferentes de un escritor, un pintor o un músico?. ¿Acaso estos no son estos cultura?. Sin embargo deben escribir, pintar o componer sus creaciones sin subvención alguna. ¿Un comerciante debe depender de las subvenciones del Estado?. ¿Y los ingenieros, los médicos, los abogados o los arquitectos?. ¿ Reciben ayudas los fontaneros, los taxistas, los peluqueros, los periodistas, el gremio de hostelería o los agentes de seguros?. ¿Bajo qué criterios la farándula del cine se cree depositaria de la cultura y merecedora del derecho a ser subvencionada?.
Los protagonistas de los premios Goya, han convertido su gala en un foro de narcisismo egoísta bajo un manto de falsedad. Desde su marco de oropeles de lujo, protestan e insultan gratuitamente a quienes les regatean dinero público para que mantengan su oficio, como en su día los bufones se burlaban de la Corte. Proclamar que sus creaciones, a las que ellos mismos otorgan el sello de cultura, deben recibir ayudas públicas es simple demagogia. No es lo mismo el Circo del Sol, que el de Manolita Chen o un grupo de titiriteros con su cabra en la plaza de un pueblo, por mucha gracia e ingenio que posean. Ninguno es cultura, sino diversión de calidad diferente. Y ninguno debe esperar subvenciones Argumentan que pierden dinero, como si fuesen los únicos que sufren la crisis económica, en una España con empresas quebrando y donde la angustia de encontrar trabajo afecta a millones de ciudadanos en paro. Si los señores del cine, que por su aspecto no son precisamente los más necesitados, se encuentran en una situación de crisis, más que pedir ayudas — aumentando mis impuestos y reduciendo los suyos– lo que deben hacer es esforzarse en que su trabajo sea la suficientemente atractivo para que la gente acuda a contemplar esas obras de arte, esas muestras de cultura que con tanto ardor dicen crear.