Hace cinco años, Alfonso del Amo me propuso iniciar una aventura editorial, esta. Quería que unos cuantos pusiéramos en un contenedor de opiniones nuestros pensamientos, sin más límite que el de nuestra propia capacidad para la inteligencia, además de los del respeto y la tolerancia, que se presuponen a cualquiera con una formación básica en convivencia y con auténtico sentimiento democrático. Me apunté, y aquí sigo después de un lustro.
Alguien alguna vez todavía me pregunta por qué escribo en esta revista digital. Siempre respondo lo mismo. En primer lugar, porque me da la gana, que es la máxima expresión de la libertad que tengo para hacer las cosas. En segundo lugar, porque me siento absolutamente a gusto haciéndolo aquí. Jamás ninguno de mis compañeros de aventura editorial ha puesto la más mínima pega a mis escritos. Cuando con algún argumento no han estado de acuerdo, me lo han hecho saber a través de sus comentarios, tan libres como mis opiniones. Con civismo y con educación, algo que por ahí fuera muchas veces escasea. Y en tercer lugar, porque escribiendo con todos ellos, ellos y yo hemos demostrado que se pueden compartir espacios para expresarse desde trincheras ideológicas diversas sin que de ello se derive, con cada artículo, una guerra civil.
Escribir me encanta. Me libera de tensiones emocionales, me permite dar rienda suelta al pensamiento, y ayuda a conocerme si se me lee sin prejuicios (y quien lo haga con ellos lleva en el pecado la penitencia). Hacerlo en este medio además me satisface. No me cabe duda de lo interesante que resultaría que hubiera más huecos para opinar como este, donde quienes lo ocupamos hemos hecho de la más absoluta libertad para decir, para contradecir, para desdecir, incluso para no decir, la base de nuestra relación. Sin más censura que la que la prudencia, o el pudor, nos aconsejen. Ganaríamos todos.