Llevo un par de semanas intentando escribir un artículo para apoyar al candidato socialista a la alcaldía de Santander, y no hay manera. En 2.011 no me costó nada hacerlo, pero esta vez no doy con los argumentos, no estoy nada motivado. No tiene nada que ver con que no vote en Santander -estoy empadronado en Madrid-, ni con que ya no sea militante del PSOE -me bajé del invento en diciembre de 2.011-. De verdad que Pedro Casares me cae bien, es buen chico, cuenta con mucha formación -un doctorado incluso-, va siempre muy elegante. Dicen en su partido que tiene mucho futuro, y además se ha ganado la candidatura en unas elecciones internas -cómo se organizan esas cosas es otro tema-, pero a mi ni me entusiasma ni me convence. Un amigo que sabe mucho de sociología electoral le vaticina un pobre resultado, algo así como la mitad de los concejales actuales, y a ratos hasta me parecen muchos…
Casares es un típico producto socialista para una ciudad donde el PSOE nunca ha sido capaz de acertar ni con sus candidatos, ni con sus propuestas, ni con su estrategia electoral. Las inercias y los errores han estado por encima de la capacidad de seducir de sus cabezas de cartel, que llevan desde hace lustros pasando sin pena ni gloria por la casa consistorial, y de toda la vida en la fría oposición. Mientras la derecha ha sabido consolidar sus posiciones a base de clientelismo histórico, explotando ese fondo conservador que le da a Santander el aire de seguir en 1.914, la izquierda se ha pasado el tiempo enzarzada en peleas y experimentos, sin talento para sorprender ni para innovar. Y esta vez la elección ha sido la misma, y el final del camino habrá de serlo igualmente. Este candidato representa lo de siempre, amparado por los de siempre, con el discurso de siempre, las maneras de siempre y la medianía de siempre. Acompañado en su papeleta por gentes tan estupendas como él, pero también el fruto de pagar apoyos y premiar fidelidades, que es como en los partidos tradicionales se entiende eso la proyección, el mérito y la idoneidad. Las familias mandan, y en las negociaciones de sobremesa y café no solo se acuerda quién paga la comida, sino cómo se reparten los pasteles y los puestos en las listas.
El PSOE lleva casi toda su vida reinventándose, recuperándose de malos gobiernos, malas decisiones, malos dirigentes. Haciendo equilibrismos programáticos, reformulando sus propuestas, ofreciendo caras nuevas y nuevos discursos a los ciudadanos como respuesta al desafecto. En Santander el invento no funciona, por mucho que Pedro Casares remede a Pedro Sánchez y se ponga camisa blanca sin corbata. Al lider nacional le acechan las envidias y las luchas a navaja entre muy partidarios y menos partidarios, y en cada esquina le espera un amortizado con un palo. Nada nuevo desde que a Felipe González se le puso flamenco Alfonso Guerra. A Casares le hacen sobra el pasado, que resucita fantasmas cada cierto tiempo y los coloca en comités de campaña y de estrategia, y un presente a rebosar de oportunidades perdidas y formas antiguas. Rodeado de estereotipos que la ciudadanía lleva decenios rechazando, y que los intentos de ponerse moderno, cercano y participativo no logran superar. En otras circunstancias, con otro panorama social, y desde luego con un partido renovado en gentes y maneras, Pedro Casares no sería un mal candidato. Pero ni las circunstancias, ni a veces una actitud demasiado obediente -la única garantía para estar en primera línea cuando no se es el enredador que decide quien se queda y quien sale por la puerta- le favorecen para nada. Tres concejales es lo mejor que podrá pasarle.
En fin, que de poder serlo, Casares no sería mi elección. Y que mucha suerte. Corren malos tiempos para la lírica política, y el candidato del PSOE sale a la tormenta sin paraguas y con calzado de verano. Ojalá mi amigo adivino no acierte en mucho, y al chico no le vaya tan mal, porque de irle, le esperan cuatro años muy jodidos, incluso si le dejan.