Europa es importante. Si. Desde luego. Pertenecemos a ese club económico, político y social, y por lo tanto, todo lo que se decide en Bruselas, o en Estrasburgo, nos afecta porque modula decisiones ejecutivas y señala el camino de algunas legislaciones. Pero en el fondo nos importa un pito. Porque no son cosas que incidan en lo inmediato, y si lo hacen, no se nota. Europa es una idea lejana, que además, ningún gobierno ha sabido explicarnos como es debido.
Los candidatos de los grandes partidos al Parlamento Europeo son los mejores. No. Ni mucho menos. Tampoco las listas las integran los más listos. Pero esta es una desgracia de cualquier elección. En los partidos políticos, los principios de mérito y capacidad tienen un significado distinto al del que conocemos todos. Y en el caso de Europa, la papeleta de voto se usa para alejar cadáveres y colocar jubilados con buen sueldo.
España es bien vista en Europa. Depende. Cada gobierno ha enmendado la plana al anterior en su política internacional, y cambiado los aliados siguiendo impulsos ideológicos y no necesidades de Estado. O apostando por unos líderes sobre la base de conseguir puestos en organismos colegiados de decisión, siempre de segunda fila, para hacernos creer que pintamos algo. Mandan cuatro, que de vez en cuando nos premian con su interesada amistad, pero nosotros no somos uno de ellos.
Es necesario un debate público entre los principales candidatos. No. No hace falta. No va a servir más que para que nos aburran durante el tiempo que se tiren hablando de sus programas, que son un puro cuento, mientras se insultan entre ellos y a nuestra inteligencia. Los debates ‘a la española’, en los que se pacta todo para mejor lucimiento de los protagonistas, y se habla de lo que menos interesa a los votantes, no ayudan a elegir opción, porque por desgracia, las más de las veces, ponen en evidencia las carencias de los candidatos.
Habrá un ganador y varios perdedores. No. Para nada. En España, las elecciones las ganan siempre todos. Da igual lo que digan los datos. Siempre habrá uno que puedan usar para vender el suyo como un magnífico resultado. Es lo que tienen las cifras, que pueden manipularse hasta que den la mejor de las perspectivas. Los partidos se agarran siempre a un clavo ardiendo, y cualquier porcentaje que pinte por encima del de elecciones anteriores sirve para justificar la bandera del triunfo y sobre todo evitar dimisiones y autocríticas.
Los ciudadanos sabemos lo importante que es acudir a votar. Si. Sin ninguna duda. Participar en unas elecciones está en la base misma de la democracia, donde los asuntos de los ciudadanos se deciden a partir de su propia elección de representantes, libre y voluntariamente emitida. Pero tan democrático como eso es quedarse en casa porque lo que se vota importa un pimiento en el conjunto de las necesidades inmediatas de la ciudadanía. La abstención es una forma perfectamente válida de mandar el mensaje de que el sistema no funciona como debiera.
Después de las elecciones del 25 las cosas irán mejor para España y para los españoles. Depende. Para el conjunto de la ciudadanía no necesariamente. La maquinaria administrativa y de representación de Europa es grande, va lenta, y tarda en llegar a cualquier sitio. Requiere unanimidades en los acuerdos complejas de concretar, y muchas veces los intereses transnacionales se ven limitados por alianzas y contrapartidas. Pero a los que seguro que no les va nada mal durante los siguientes cinco años es a los que consigan escaños, que se lo van a llevar caliente y a los que es difícil que volvamos a ver el pelo metidos en fangados nacionales.