Paquito es otro de los personajes que aparecen en este retablo del paisaneo de San Salvador. El nombre con diminutivo le viene por la manera cariñosa con que lo llamaba Georgina, su mujer, desde que se hicieron novios, la picardía y la coña rural allerana hizo que desde entonces tuviera esta singular manera de apodarse hasta el resto de sus días.
Don Francisco Moreno llegó por los años treinta a San Salvador como administrativo del juzgado comarcal de Aller. Había nacido en un pueblo de Jaén y como buen funcionario judicial de su época vivía de un sueldo pequeño, por lo que se vio obligado a completar la carrera judicial casándose con Georgina, una rica solterona del pueblo.
El acento andaluz, el porte y la ingenuidad hicieron el resto para que pronto fuera objeto de las bromas de los más avispados de las gentes del pueblo.
Don Francisco Moreno es bajito, regordete, mofletudo, podemos decir que abultaba más a lo ancho que a lo alto. Tenía una cara perfecta para estrellar sanjuanes[1], tan colorada como las manzanas de la pomarada de Serafín que parecía que estuviera irritado en el semblante. Tenía la cabeza ancha, el cuerpo grande y las extremidades cortas.
Desde que se casó con Georgina comenzó a gastar traje y sombrero, su apariencia externa cambió hasta lograr la de un apoderado de buen torero de su tierra, más que la de un funcionario famélico.
A partir del casorio Georgina no permitió que lo llamaran Paquito, sino don Francisco. De poco sirvieron estas pretensiones de la señora porque en el pueblo nadie lo conocía por tal.
Paquito se dejaba convidar por los paisanos que venían al juzgado comarcal a por algún certificado o partida judicial, para que de este modo se aligeraran los trámites burocráticos. Este comportamiento le dio cierta fama de funcionario gorrón en el chigre de Machote que era el que más frecuentaba en el pueblo. Machote, que sabía de este defecto de Paquito, protestaba por lo bajo mientras lo servía e iba aumentando el tono de su protesta cuando el alcohol había hecho su efecto en el funcionario judicial y en el tabernero. Estos enfrentamientos lingüísticos entre los dos personajes hacían la delicia de la clientela en el chigre de Machote. Paquito, cuando ya estaba saturado de alcohol, aprovechaba para contar sus delirios de grandeza andaluza. Todo el mundo sabía que de Andújar sólo había traído un traje raído por las articulaciones y una maleta de cartón más vieja que el traje, ceñida con cuerdas de esparto para que no se desparramara. Las discusiones con Machote y las alucinaciones de riqueza de Paquito completaban el rato de sainete de la clientela del chigre.
Paquito pasaba las vacaciones de verano en Andújar, presumía en el pueblo jiennense de lo bien que había casado en Asturias y de las muchas propiedades de las que disfrutaba, pero estos relatos en boca del señor Moreno tomaban unos límites tan insospechados que se apartaban de la realidad.
Arturo, el tío pobre de Ricardo, acompañaba muchas veces a Paquito en sus correrías por los chigres del pueblo, sabía, mejor que nadie, el defecto que tenía de vanagloriarse en exceso de sus antecedentes genealógicos y de las riquezas que poseía. Arturo también tenía conocimiento de la vida que Paquito hacía en Andújar en sus vacaciones veraniegas, que frecuentaba diariamente el casino del pueblo, que disfrutaba en exceso mientras contaba sus grandezas a la tertulia más selecta de la sociedad andujareña. Arturo que era un bromista importante urdió, convenció y acordó con Paquito que le enviaría una serie de telegramas a su nombre con la dirección del casino andujareño, haciéndose pasar por administrador de sus propiedades asturianas, de ese modo Paquito podría aparentar a sus anchas en su pueblo andaluz.
Los pueblos pequeños no tenían telégrafos por lo que los telegramas se recibían de viva voz en la centralita de teléfonos del pueblo, que los pasaban a unos impresos al uso que había en aquella época. Este método traía como consecuencia que, muchas veces, se enteraran de las noticias primero los vecinos que el destinatario.
Don Francisco Moreno se fue de vacaciones y preguntaba todos los días al conserje del casino si tenía algún recado para él, porque estaba ansioso por recibir los telegramas de su amigo y fraudulento administrador. Cuando llegó el primero de los mensajes lo abrió delante de los amigos andujareños, lo enseñó con orgullo a cuantos se incorporaron a la tertulia para que tuvieran conocimiento de la misiva. El texto decía así:
– Venta manzana pomarada de arriba doscientas mil pesetas. Saludos respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.
El segundo de los telegramas tenía el siguiente texto:
– Venta manzana pomarada de abajo trescientas mil pesetas. Saludos respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.
Paquito estaba tan satisfecho y confiado por lo bien que Arturo cumplía lo pactado que cuando llegó el tercero de los telegramas, simuló que había olvidado los lentes, entregó el impreso a uno de los contertulios para que lo leyera en voz alta, de esa manera todos los socios del casino se enterarían de la misiva. Así lo hizo y el contertulio leyó con solemnidad el texto del telegrama:
– Roto tonel llagar. Inundación pueblo. Urge tu presencia. Saludos
respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.
Machote decía de Paquito que además de faltosu era un babayu[2].