Publicado en el DIARIO MONTAÑES; domingo 21 septiembre 2013
Europa se ha convertido en un conjunto de naciones envejecidas atentas a defender su Estado de Bienestar conseguido en los años de riqueza, sin una población joven que garantice su supervivencia. La incertidumbre ante el futuro impregna a sus naciones y levanta dudas sobre el proyecto de una comunidad unida. La introducción del euro supuso unas ventajas políticas y ayudas económicas importantes para todo el sur del continente pero ahora estamos pagando la peligrosa laxitud en la gestión económica de los gobiernos que las recibieron como un maná gratuito. Hoy, países alejados, bajo regímenes muy diferentes, dirigen la economía mundial mientras Europa, cuna de la democracia, se debate en una crisis económica a la que no se encuentra solución.
En España hemos disfrutado las épocas de abundancia carentes de suministro energético propio que garantice la supervivencia y el desarrollo de un sector terciario. Hemos construido viviendas, carreteras, aeropuertos, una amplia red de trenes de alta velocidad, nos hemos dotado de una gratuita sanidad de lujo y hemos hecho del turismo, expresión del bienestar ajeno, nuestra principal fuente de riqueza, mientras que a la vez hemos organizado un sistema democrático con la creencia de que su simple existencia es sinónimo de crear riqueza. La transición se resolvió con el esfuerzo de olvidar el pasado y la ilusión de hacer frente a un futuro de convivencia bajo el sistema monárquico. Transcurridas tres décadas, una nueva generación ausente de ese protagonismo, pero que vivió sus beneficios, olvida lo logrado y se empecina en volver a empezar. Atrás quedaron los años del consenso, de los hombres de Estado, de los comportamiento éticos. La corrupción invade la vida pública, los partidos políticos y los sindicatos se convierten en organizaciones herméticas, aisladas en sus privilegios y desatendidas del interés de los ciudadanos. La justicia se ha infiltrado de ideología y sometido a la presión de los gobernantes. La economía se ahoga, el desempleo se generaliza, crece un sector público descomunal e ineficiente y aumentan los tributos asfixiantes. La organización del Estado se desvanece anquilosada en parlamentos insolidarios, mientras la unidad nacional se amenaza con secesiones, el chantaje terrorista vence a la justicia y al sentimiento de ética en aras de la política.
¿Como va a recuperarse un país, acostumbrado a que el Estado se encargue del bienestar de cada ciudadano y la subvención de cualquier actividad?. ¿Como va a enfrentarse el futuro con unas generaciones formadas por un sistema educativo que reiteradamente muestra su fracaso?. ¿Como va a generar riqueza un país que mantiene una estructura de personal y gasto que consume un altísimo porcentaje del producto nacional?. ¿Puede sobrevivir una comunidad avergonzada de su historia, carente de sentimiento unitario y disgregada en diecisiete particularismos, muchos de ellos con aspiraciones a naciones independientes?. Nadie se plantea un cambio profundo, aunque implique una reforma constitucional. No se contempla la democratización de los partidos políticos y la ley electoral para hacerlos realmente representativos. No se pone sobre la mesa la necesidad de la modernización de los sindicatos, se cuestiona cualquier cambio en el sistema educativo, se mantiene una justicia politizada, las múltiples televisiones publicas se someten al vasallazgo del poder, los municipios acaparan funciones que son incapaces de asumir y miles de asesores afines suplantan la labor de los funcionarios.
Cegados por las dificultades, se inicia el debate de cómo debe ser la Jefatura del Estado, y ante el ejemplo de personajes próximos a la familia real encausados por corrupción, se socava la institución monárquica, convencidos de que el advenimiento de una República resolverá los problemas, olvidando que en realidad, España está formada por un conjunto de 17 comunidades autónomas que reflejan formas republicanas y cuyo desorden administrativo es una de las principales causas de los problemas actuales.
La mitología griega nos recuerda el inútil esfuerzo de Sisifo, condenado por los dioses a subir una pesada roca hasta la cima de un monte para dejarla caer y empezar de nuevo durante una eternidad. Como en el mito clásico, volvemos a soltar la carga desde la cumbre en su despeño hacia el valle y agotados por el esfuerzo añadimos un nuevo debate al cúmulo de problemas que debemos afrontar. No es solo que nos asemejamos al trágico personaje griego, es que nos hemos vuelto locos de remate.