Publicado en el DM 8 Noviembre 2013
Mientras el gobierno español, con su mayoría absoluta, sigue pasivo a la espera de un diálogo quimérico y la ausencia de medida alguna que ponga fin al desafío independentista catalán, resulta que sólo la Unión Europea parece alarmar a los nacionalistas, que han visto al señor Mas recorrer las antesalas de los despachos de Bruselas intentando inútilmente ser recibido por algún alto dignatario y compensa su frustración con desplantes protocolarios a Sáez de Santamaría o al propio Rajoy.
Hoy, una parte de la burguesía catalana considera que es acreedora de mayores beneficios y un trato distinto en el conjunto nacional. Irritados por la generalización de estatutos de autonomía concedidos a otras regiones, radicalizan sus demandas, se desentienden de lo que significa la solidaridad interregional y evolucionan hacia el independentismo. Ahora se esgrime la necesidad de que un referéndum muestre el sentir de su población, se extiende el clamor de que hay que vencer la resistencia española a esta separación y se utiliza a un club de fútbol como punta de lanza de sus ansias secesionistas.
El sentimiento nacionalista ha impregnado a generaciones de jóvenes educados en la creencia de ser un pueblo dominado por un quimérico expansionismo español y que Cataluña fue una nación, lo cual es rigurosamente falso. Jamás existió tal reino, sino que originado como la Hispania Citerior con capital en Tarragona, evoluciono desde la Reconquista hacia un conglomerado de condados unido a la corona de Aragón. Con esa vinculación extendieron su prosperidad en el Mediterráneo. La hecatombe que supuso el dominio turco, con la desaparición de Venecia, les llevo a una quiebra de la que no se recuperaron hasta que, tras la Guerra de Sucesión, con el advenimiento de la Casa de Borbón, abrió su comercio hacia América. Y conviene recordar que en aquel conflicto Cataluña no lucho por su independencia sino en defensa de un aspirante austriaco al trono español. Desde entonces, figuro como la región más rica de España. La gran paradoja es que, precisamente unida al resto de España, Cataluña ha sido mas próspera. Incluso con Franco, disfruto de privilegios que no se dedicaban a otra regiones de España y con el Estado Autonómico se ampliaron los beneficios. Hoy, la actividad comercial mas importante ya no reside en Cataluña, sino que ha sido sustituida por Madrid, Valencia y el País Vasco. Aun así, se esgrime que España actúa como parásito de su economía, sin reconocer la mala gestión de quienes la han dirigido
Las cifras, sin embargo, son contundentes. Cataluña esta hundida en una deuda colosal a la que el Gobierno actual ha dado, nada mas y nada menos que 24.0000 millones de euros, es decir lo recaudado con la reciente subida del IVA en todo el país, y se piden otros 9.000, cifra equivalente al ahorro proyectado para todas las Comunidades Autónomas en los próximos dos años. Pero se insiste en que en que aportan mas de lo que reciben y persiguen una independencia donde deberán pagar con su nueva moneda la deuda contraída, y asumir el costo de sus pensiones, suministro energético, sanidad, educación, justicia, obras publicas, ejercito, etc… Junto a ello, surgirá el problema de como mantener en su deriva independiente a millones de catalanes que se sienten a la vez españoles y al empobrecimiento que producirá la pérdida de una economía aunada al resto de España.
Aunque la responsabilidad radica fundamentalmente en la política nacionalista sembrada a lo largo de estos últimos años, también son culpables los gobiernos centrales que cedieron ante las demandas continuadas y estuvieron ausentes en un mensaje integrador. Sin embargo, empresarios, intelectuales y una gran parte de la sociedad catalana permaneció silenciosa considerándose merecedores de una distinción superior a la de cualquier otra Autonomía. Es seguro que muchos catalanes no se identifican con ese sentir pero cuando se dijo que Cataluña era una nación, callaron. Cuando el sentimiento antiespañol se extendió en su seno, no reaccionaron. Cuando vieron cómo sus hijos eran educados con una falsa historia, lo toleraron. Cuando se ignoraban las leyes del Tribunal Constitucional lo consideraron un atentado a sus derechos. Confundieron el amor a su tierra con un ansia de ser un país diferente y continuaron votando a dirigentes políticos que fomentaban la creencia de que separados de España, aumentarían sus privilegios. Ahora, ante el temor a verse excluidos de la Unión Europea, despiertan algunos signos de alarma, limitados al mundo empresarial. Pero llegan tarde, porque el desprecio hacia el resto de España ha extendido un sentimiento de hartazgo frente a las demandas nacionalistas que va a ser difícil apaciguar. E incluso dentro de la propia sociedad catalana, aunque no se logre la independencia ansiada, se ha abierto una brecha de sentimiento diferenciador que permanecerá durante varias generaciones con la creencia de no pertenecer al mismo entronque nacional.
A lo largo de la Historia ha sido frecuente el caminar plácido de los rebaños conducidos mansamente por los pastores hacia el matadero. La fractura social que producirá la separación de Cataluña, se traducirá en la hostilidad del resto de España hacia ella y la consideración de sus ciudadanos como miembros extranjeros voluntariamente escindidos del conjunto nacional. Y en su propio seno, sufrirán las consecuencias quienes se sienten con igual intensidad españoles y catalanes.
Es el resultado del silencio suicida de los corderos.