Que los diputados y las diputadas (y los senadores y las senadoras) tienen un trabajo que nadie sabe muy bien en qué consiste, es algo muy extendido entre el común de los mortales, grupo al que ellos no pertenecen. Que han cazado a muchos en sus escaños haciendo de todo menos estar siquiera pendientes del que habla en la tribuna, es una realidad. Compran lencería, hacen ejercicios de idiomas, juegan con el móvil, se cortan las uñas, hablan entre ellos… Por eso, que hayan pescado a Revilla, el paladín de la ‘nueva política’, echando un vistazo a una revista durante un pleno del parlamento, no es nada novedoso. Muchos de nuestros representantes nos toman por el ‘pito del sereno‘, y estas cosas no dejan de ser una demostración más de ello. El escándalo y la falta de respeto para los que le pagamos el sueldo con nuestros impuestos tampoco están exactamente en que le hayan cogido justo cuando miraba las fotos de una guitarrista en pelotas. Ya se habrá encargado su señora esposa de pedirle por eso las explicaciones oportunas. Lo grave, como siempre que a uno de estos le pillan en un renuncio, está en la justificación que intentan colarnos para convencernos de que no han hecho nada malo, tratando de quedar bien después de ‘haberla cagado‘, haciéndonos pasar por tontos.
La explicación de Revilla no vale. Al parlamento no se va a leer revistas, ni en las que salen señoras desnudas ni en las que no. Es verdad que si la que estaba ojeando el expresidente no estuviera parada, cuando le han sorprendido, en las fotos de una muchacha posando como vino al mundo, quizá nadie se hubiera percatado. De haber llegado ya a las páginas de ese reportaje sobre Blesa que dice que en realidad buscaba, tal vez el asunto hubiera pasado de largo. Pero, como decía mi tía Aquilina, ‘no la hagas, y no la temas’. Durante el pleno hay que estar a lo que hay que estar, y los reportajes y las revistas se leen luego, en casa, en la cafetería o en el despacho. Y tampoco vale quejarse del exceso de atención mediática y en las redes sociales que ha tenido el desliz, y excusarlo con lo de que no se roba, porque es confundir churras con merinas. El reproche público de lo que está mal hecho vale para los representantes ciudadanos que meten la mano en la caja, desde luego, pero también para los que las tienen una sobre otra, apoyadas en salva sea la parte, o pasando el papel couché de una revista, cuando su obligación es algo tan sencillo como atender. No digo que no pueda resultar aburrido, a la luz de la calidad retórica de muchos de nuestros políticos, pero es lo que hay, y es lo que les toca.
Seguro que Revilla podía haber esperado a terminar su trabajo en el parlamento el lunes para leer el artículo sobre el expresidente de Caja Madrid. Y seguro que podía haber estado más acertado a la hora de dar explicaciones, reconociendo su error y haciendo propósito de enmienda, aunque tampoco me extraña que no lo haya hecho. La mayoría de los políticos están hechos de otra pasta, y cosas como esta, entre ellos, sirven para echarse unas risas o ponerse a caldo en un pasillo, porque no hay inteligencia para argumentos más elevados. Nada se puede decir sobre eso, salvo lamentarlo. Lo que si podemos exigirles es mayor consideración a los que les votamos y les pagamos, a los que nos representan. Cualquier trabajador, de los de los mil euros y las ocho horas de jornada sin excusa, acabaría en la calle si su jefe le descubre leyendo ‘la Interviú‘ en su tiempo de trabajo. Puesto que a los diputados y a las diputadas (y a los senadores y a las senadoras) no podemos despedirlos, en el mejor de los casos, más que de elección en elección, al menos que tengan la elegancia de hacer que hacen algo sin recurrir a revistas escondidas en carpetas.