De vez en cuando, cuando me meto con alguien del PSOE de Santander o de Cantabria, me sale algún palmero local poniéndome a escurrir. Que si resentido, que si escocido, que si con envidia. No se dan cuenta de que pinchan en hueso. Primero, porque con la edad estoy en el camino de relativizar la importancia de que me critiquen. Vamos, que se la doy lo justo, y solamente cuando viene de alguien contrastado. Mis respetos están cada día mucho más medidos, no se reparten ni con generosidad. Quienes me insultan porque no tienen más argumento no merecen otra cosa que el más activo de mis desprecios.
En segundo lugar, porque mis opiniones no están cautivas de débitos pendientes ni de favores por abonar. Siempre he dicho lo que me ha dado la gana, y ahora lo hago más que nunca. Es lo que tienen la libertad de expresión y la autonomía intelectual, valores muy en desuso en los tiralevitas en general, y en particular en los que se revuelven contra mi. A diferencia de ellos, que cantan lo que les escriben (y si no lo hacen pierden colocaciones y sinecuras) mis opiniones son absolutamente independientes, y mías. No me debo a pensamientos únicos ni a guiones impuestos ni a posiciones obligadas.
Y en tercer lugar, y no aspiro a que esta razón la entiendan todos ellos, porque la pleitesía acrítica daña el intelecto. Como doblar la espalda por todo, que provoca tirones. No decir con absoluta libertad lo que se piensa vuelve a la gente gilipollas. Y a los gilipollas que repiten como loros lo que piensan otros, más gilipollas aún. Tener vida propia en el pensamiento es un ejercicio que mejora la vida y ayuda a crecer personalmente.
En 2011 me di de baja del PSOE. Ya he explicado las razones que tuve para hacerlo, y que son tan respetables como las de los que siguen agarrados al clavo ardiendo de la militancia socialista. Nada me ata a direcciones ni a postulados oficiales, esos que tan mal llevan los que me faltan al respeto cada vez que usan el insulto cuando ejerzo mi legítimo e ilimitado derecho a criticar a quien de los suyos me de la gana cuando me de la gana. Es verdad que muchos de ellos no pueden aspirar a mayor esfuerzo. Es una cuestión de aptitud. Por eso no se lo tengo en cuenta. A contrincante débil, respeto y compasión. Pero cansa tanta fijación, y tan pobre argumento. Ni siquiera vivo ya en Santander…
Seguro que seguirán. Como dice mi padre, a un tonto se le acaba el camino pero el tonto continúa andando. En realidad no pretendo que los tontos me olviden. Me conformo con que me dejen en paz, o en el peor de los casos, sean más profundos, más imaginativos y más veraces con sus reproches. Ganarán ellos, que podrán descubrir lo sencillo que resulta pensar, y ganaré yo, al menos en salud, porque me llevan los demonios con tanta tontería.