Publicado en >DIARIO MONTAÑES el 7 de noviembre 2015
Una famosa estatua, expuesta en los museos del Vaticano, muestra la lucha de Laooconte, intentando desesperadamente intentando salvarse con sus hijos de las serpientes que envuelven sus cuerpos, tras haber anunciado a Troya que sería ocupada por sus sitiadores, escondidos en el vientre de un caballo de madera. El mítico héroe, se revuelve contra el castigo de los dioses y aunque tenía razón, la ciudad fue destruida por el acoso y astucia de sus sitiadores unidos en un empeño común. Hoy, muchos siglos después, ya nadie recuerda a Troya y menos al pobre Laocoonte y sus hijos. La Historia no nos dice si el martirizado héroe, era un administrador eficaz de la ciudad o cómplice de su corrupción, sencillamente no se creyó en él. Las murallas de la ciudad parecían lo suficientemente sólidas para contener los ataques y los asaltantes una desorganizada mezcla de tribus con diferentes intereses. Pero Troya cayó.
Todo esto viene a cuento de lo que está ocurriendo en nuestro país. Tras años caminando alegremente al borde del precipicio, fue elegido un gobierno para que arreglara el desastre, y este se dedicó a ello exigiendo el esfuerzo de sus gentes. Las cuentas comenzaron a cuadrar y las deudas a pagarse. Pero la elección no solo se había realizado para solucionar una situación económica, sino para aplicar unos principios ideológicos y unas medidas que fueron ignoradas. Incluso con mayoría absoluta no se procedió a dar pasos firmes en la reforma educativa o la laboral, ni al cambio de la ley electoral, ni a la normalización de una administración dispersa en múltiples municipios y diputaciones, ni al reparto solidario entre comunidades autónomas, ni a cambios en la política energética, la derogación de leyes que atentaban contra su concepción ética de la vida o a un posicionamiento firme contra el separatismo antes de que éste estallase. Y siempre acusando al contrario de ser más corrupto, sin tomar medidas drásticas de regeneración que se encomendaron a los lentos tribunales de Justicia eternamente pendientes de reformas. El componente ideológico quedó arrinconado, mientras se cuidaba rigurosamente el cuadro económico. Para ese viaje no se necesitaba un partido político y la misión podría haberse encomendado al prestigioso gestor de una multinacional, tan solo atento a los resultados de los balances económicos. La política no consiste solo en la administración del dinero público. Necesita acompañarse de un compromiso que entusiasme, de la adhesión de la gente tras unas ideas. Y si estas se diluyen entre cifras o se trasmite una impresión de corrupción y privilegios, la ciudadanía busca nuevas ofertas que susciten atracción y generen ilusión.
Ahora, muchos siglos después, parece reverdecer el mito del asedio de Troya. Han surgido grupos que alzan banderas de regeneración sumando el entusiasmo de los más jóvenes y la frustración de los defraudados, mientras los protagonistas del pasado caos regresan con nuevas promesas, olvidando su responsabilidad aun reciente. Todos unidos en un frente común, para desplazar al gerente de la multinacional. Dentro de poco, los ciudadanos serán convocados para decidir su futuro. Como ocurriera en el mito, una mezcla de micénicos, aqueos y cretenses preparan el asalto de Troya dirigidos por un Aquiles con los talones frágiles por ser el representante de quienes causaron el desastre anterior, aliado siempre que sea preciso con el iracundo Agamenón podemita, en busca de su gloria. Junto a ellos el astuto Ulises aparece como el nuevo elegido por los dioses. Mientras, tras las murallas ahora reconstruidas, los troyanos contemplan curiosos el caballo de madera, cargado de promesas, que los sitiadores han introducido en la ciudad, ignorantes del peligro que espera en su interior. Algunos, como Laocoonte advierten que su aparente inocencia esconde el peligro de destruir lo conseguido con esfuerzo. Pero la Iliada nos ha dejado a los míticos Aquiles y Ulises como héroes, y se ha olvidado de las gestas de los defensores.
Pero esto no es más que un mito narrado por Homero. Aun se está a tiempo de hacer caso a Laocoonte y salvar a Troya.