«El Sueño de la Razón»

«In the fevered state of our country, no good can ever result from any attempt to set one of these fiery zealots to rights, either in fact or principle. They are determined as to the facts they will believe, and the opinions on which they will act. Get by them, therefore, as you would by an angry bull; it is not for a man of sense to dispute the road with such an animal.»

Thomas Jefferson (1743-1826), Padre de la Patria y Tercer Presidente de los EE.UU.

(En la crispación que vive nuestro país, no vamos a sacar nada en limpio intentando hacer entrar en razón a ninguno de esos fanáticos sectarios, ni con hechos ni con razonamientos. Ya han decidido de antemano aquello en  lo qué van a creer y cuáles son las ideas que dictarán sus actos. Evitadlos, pues, como se evita a un toro bravo, ya que a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría plantarse delante de semejante bestia para discutir quién tiene prioridad de paso).

Durante los días de «crispación» en los que Thomas Jefferson, fundador del Partido Demócrata?Republicano, fué el tercer Presidente de los Estados Unidos de América, hubo de batallar contra la falta de escrúpulos de un sectario Partido Federalista cuyos miembros maquinaban sin cesar en contra suya. Y aunque él mismo se haya visto acusado más de una vez de haber sido tan fanático y sectario como sus enemigos políticos, al fin del día nadie se atrevería a discutirle el lugar señero que para sí y para su país ganó en la Historia.

Cualesquiera que fueren sus defectos -y no fueron pocos? Thomas Jefferson ha dejado un legado democrático perdurable. Tuvo la visión política de concebir un país unido, no tanto por la ambición de  contrarrestar un día con su fuerza la tiranía e intervencionismo de las potencias imperiales en América, sino por el deseo de mostrar una ejemplaridad basada en la aplicación de códigos morales debidamente consensuados. Para ello no inventó nada que no alentase ya, de alguna forma en el sentir de las gentes de las recién independizadas «Trece Colonias«. Tampoco recurrió a «decretazos» para imponer esa visión o destruír los obstáculos que iba encontrando su proyecto. Supo, más bien, dar cauces jurídicos al patriotismo, al espíritu igualitario, al individualismo emprendedor y al sentimiento de originalidad y superioridad moral de sus conciudadanos. Reforzó, eso sí, la cohesión nacional que venía gestándose desde el día mismo en que los peregrinos del Mayflower decidieron librarse de las interferencias del Estado en materia de creencias religiosas y emigrar a un lugar libre de imposiciones arbitrarias. Jefferson sentó así los fundamentos de una futura gran Nación de hombres verdaderamente libres.

La ruta no era fácil, pero el camino para lograrlo fue obra suya. Además de enfrentarse a los federalistas sectarios Thomas Jefferson tuvo que vérselas con amenazas tan formidables como la súbita vecindad de un desmedido Napoleón Bonaparte dispuesto a reconstruir el imperio americano de Francia en la trastienda yanqui; la trama separatista de su propio vicepresidente, que conspiraba con Gran Bretaña y España para segregar los estados del Oeste y la recién adquiridad Luisiana de la Unión; o el belicismo anexionista de quienes buscaban un conflicto armado para acelerar la rentable descomposición de un declinante Imperio Español. No le faltaron problemas domésticos de otro calibre. Laicista convencido, fue capaz de dialogar -dentro del marco del sagrado respeto a las minorías que preconizó para impedir que la mayoría electoral degenerase en dictadura? con algunos compatriotas de religiosidad más acendrada que la suya, cuando no excesivamente filobritánicos para la sensibilidad del caballero ilustrado a la francesa que fué el tercer presidente de los Estados Unidos.

La Universidad de Princeton ha publicado hasta la fecha 24 volúmenes que recogen los documentos de Jefferson durante el período 1760-92 («The Papers of Thomas Jefferson»). Sólo en el capítulo de intercambio epistolar se conservan 25.000 de las cartas que le fueron envíadas y unas 18.000 redactadas de su puño y letra. Con tan exhaustivo material no sorprende que el «presidente filósofo» se haya convertido en fuente inagotable de citas para blogs y artículos periodísticos. Empero, los políticos españoles no parecen especialmente atraídos por el principal redactor del texto de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Son excepción Leopoldo Calvo Sotelo, prototipo de un exacto afán polígrafo, frecuente entre ingenieros de Caminos, y Felipe González que, a fuer de socialdemócrata y jurista, no puede soslayar al Padre de la Patria norteamericano en materia de Derechos Humanos o Estado y Poder Judicial.

Si traigo la figura de Thomas Jefferson a colación es porque, salvando las distancias, sigue siendo un ejercicio intelectual atrayente el comparar por qué una vieja nación cómo España puede descomponerse en democracia, mientras otra, los Estados Unidos de América, más de mil años más joven, y por ende de menor experiencia, puede prosperar y cobrar fuerza en ese mismo sistema político. Alexis de Tocqueville, intrigado por las disfunciones democráticas de Francia y queriendo analizar las amenazas que el sistema democrático encuentra en su «día a día», ya llevó a cabo tal ejercicio cuando contrapuso brillantemente las instituciones republicanas francesas y las norteamericanas en un texto clásico: «La Democracia en América» («De la démocratie en Amérique«, 1835?1840). Bien podría el pensador liberal francés haber tenido a España en mente cuando afirmaba que «tenemos la democracia, sin aquello que atenúa sus vicios y hace resaltar sus ventajas naturales, y vemos ya los males que acarrea, cuando todavía ignoramos los bienes que puede darnos«.

Se diría que la España de nuestros días ha ido a caer en manos de una secta que combina extrañamente idolatría e iconoclastia y se empecina en soñar en nuestro nombre una variedad de pesadilla, ni solicitada ni pactada. Una pesadilla que, pese a la frivolidad de sus chapuzas, nos retrotrae en alguna medida al «1984«, la antiutopía de Eric A. Blair, alias «George Orwell», socialista democrático y universal. En su apasionado rechazo a cualquier totalitarismo, incluso a aquellos que buscan justificarse con discursos buenistas sobre el «bien común» o la «solidaridad con los más desfavorecidos«, alienta alguna cita de raíz jeffersoniana, provocativamente reciclada. Thomas Jefferson coincide con el escritor?ensayista inglés en denunciar  ante el mundo las hipocresías del arrogante Imperio Británico. Si el uno lo hace, sin cortapisas, en la «Declaración de Independencia«, el otro, obligado a autocensurarse, se vale de una dura novela: «Los días de Birmania» («Burmese Days«, 1934).

Para la Real Academia Española la alienación es el «proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición«. «Alienar» es, por ejemplo, secuestrar el sentido crítico de los españoles para hacerles creer que viven en una democracia sin parangón de la que sólo se lamentan los «fascistas». «El sueño de la razón produce monstruos», Goya dixit, Goya pixit. La sentencia del pesimista pintor aragonés sugiere, entre otras interpretaciones, que a mayor enturbiamiento de las luces de la Razón menor interés hay en implementar el Derecho Natural. En 1984, siendo Presidente del Gobierno D. Felipe González, fue derogado mediante Ley Orgánica el Recurso Previo de Inconstitucionalidad. En 1985, con ocasión de aprobarse la Ley Orgánica del Poder Judicial, el Vicepresidente del Gobierno D. Alfonso Guerra acotó el final de la división del Estado de Derecho en España en los tres poderes conceptualizados por CharlesLouis de Secondat, baron de La Brède et de Montesquieu, con la apostilla:  «Montesquieu ha muerto«. El corto lapso de tiempo entre ambos hitos del primer gobierno socialista fué una cabezada, breve pero intensa, con pérdida de conciencia suficiente para dar salida a los onirismos de la España actual.

De aquella siesta constitucional de los gemelos Felipe Castor y Alfonso Pólux surgieron más cuélebres, trasnos, incubos, súcubos, xanas, muladonas, vampiros, visias, lamias y alebrijes de Oaxaca, que diablillos contenía la injustamente famosa Caja de Pandora. Pero D. José Luis Rodríguez Zapatero, removiéndolos a todos en su caldero, ha procedido a guisar, mientras sus ministros se tapaban sumisamente las narices, un potente mejunje deconstructivo. Un meigazo de bebida que nos hará como dioses, permitiéndonos reinar a golpe de relativismo, demonización de disidentes, polarización guerracivilista, falsificación de la propia historia y nuevo mapa de España. Al final del brebaje aguarda la intoxicación. Económica o moral, pero duradera. Algo que no debe enorgullecer a un aprendiz de brujo que, como el Ratón Miguelito en «Fantasía», acabará siendo desbordado por sus propias escobas. Si es que éstas, además, no lo apalean antes de quitarse el capirote.

Entre tanto, mientras nuestro Presidente jura y perjura vestir un carísimo traje hecho a medida en Savile Row of London, se van alzando las voces de los que lo ven obscenamente en cueros. Mas no habrá manera humana de hacerle cubrir sus vergüenzas antes de cumplirse el período de cuatro años de su mandato presidencial. El insiste en que mientras tenga mandato llevará puesto el mismo flux con el cual lo elegimos. Y no faltan, aunque ellos sí están verdaderamente bien vestidos, los que salen a manifestarse por las calles suscribiendo esa opinión. Empero, es imperioso vestir al Presidente Zapatero, cual era costumbre hacer con aquellas mofletudas muñequitas recortables. Existe un sinfín de trajecitos coquetuelos disponibles en papel de Boletín Oficial del Estado. Bastaría con agarrar unas tijeras de reforma constitucional, bien afiladas, y cortar siguiendo la línea punteada. Cortar, por ejemplo, con el reparto de escaños según la Ley d’Hont, con la ausencia de «segunda vuelta» electoral, con las listas cerradas, con la inexistencia de consultas populares en temas conflictivos, con las minorías mayoritarias que ningunean coaligadas a mayorías minoritarias, con la implementación de referendums que no tuvieron quorum, con los impedimentos ideológicos a gobiernos de concentración nacional…, etc.etc.etc.

Aunque sea dejarse arrastrar por la Historia?Ficción, creo que Thomas Jefferson, aún sin negarle el visto bueno democrático, no sería demasiado proclive a otorgar una homologación incondicional al actual Gobierno de España. Como defensor de la Ley Natural, la negación o limitación de una serie de derechos absolutos de la persona en nombre del interés general no le parecería acertada. Menos aún el que la opinión de grupos minoritarios afines al Gobierno prevalezca sobre la de cientos de miles de ciudadanos que salen a la calle manifestando lo contrario. Y, en tanto que fundador de un centro de enseñanza superior tan insigne como la Universidad de Virginia, le irritaría saber que supuestos estudiantes atentan contra la seguridad individual y la libertad de expresión de ciertos conferenciantes en algunos paraninfos españoles y, estoy casi seguro, comenzaría a exigir que sus nombres y expedientes académicos fuesen hechos públicos. A la postre, visto el panorama, evitaría entrar en discusiones inútiles, mal que le pesara la injusticia en cualquier patria. Pero de lo que nunca se hubiera privado el culto Presidente es de explicar a los amantes de la libertad que pueden ponerse en pie al paso de la bandera de los Estados Unidos de América, sin un ápice de servilismo, para así honrar en ella el sueño de un futuro más justo y democrático para la Humanidad. Que es el sueño razonable de casi todos los hombres y no solamente el sueño de la razón de algunos pocos.

Jaime Colson-Puello

5 Comments

  • By Libertario, 12 junio 2010 @ 11:36

    Que nivel D.Jaime.

  • By gatorabioso, 12 junio 2010 @ 13:14

    Desde Montesqieur, y con añadidos de Tocqueville y otros pensadores de la filosofia del Esdtado, este no es concebible si no está asentado en una independencia juidicial, legislativa y ejecutiva. Y aello habría que unir un sistema fiscal unitario, una misma politica exterior, una misma enseñanza y una seguridad común . En España no se da ninguno de los supuestos señalados por los pensadores franceses

  • By jaime, 12 junio 2010 @ 14:51

    Aquí todo el mundo se declara una «Nación» porque lo que no hay es «Estado». Se diría que el Gobierno y sus «compañeros de viaje» están igual de muertos que Montesquieu.

  • By miguel, 16 junio 2010 @ 12:58

    Es la primera vez que le leo y he quedado impresionado. Gracias y felicidades. Como dice Libertario, mucho nivel Don Jaime.

  • By Piluca, 3 julio 2010 @ 23:00

    Verdaderamente impresionante. Nivelazo

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