«El Ummo Ciega Tus Ojos»
Mi egipcio es especial,
qué olor, señor.
Tras la batalla
en que el amor estalla,
un cigarrillo
es siempre un descansillo
y aunque parece
que el cuerpo languidece,
tras el cigarro crece
su fuerza, su vigor.(«Fumando Espero», letra de Félix Garzo y música de Joan Viladomat)
Con algo de miedo a una Ley Antitabaco -penúltimo rabotazo de este gobierno malherido- con clara vocación de pisotear colillas y ciudadanos, me atrevo a rememorar, bien sea tímidamente, la estrofa menos conocida del «Fumando Espero«, tango sicalíptico que en 1922 se convirtió en el himno rebelde y calavera de la juventud perdularia y tragahumos de Barcelona. Empero, no es prudente ir más allá. La corrección política y el miedo a tener el teléfono intervenido o a ver mis cuentas bancarias controladas y mis declaraciones de impuestos auditadas, han cohibido el deseo de reproducir el elogio a un Cohiba insigne, recurrente leit-motiv de las coplillas atabacadas que cantaban los reclutas franquistas de 1960, pica al hombro, ensalzando el «caliqueño» inacabable al cual daba yesca una transpirenaica de nombre «Dominique», hembra militarista y nicotinizada, cuyo perfil bastaría para desencadenar las cóleras y decretazos de todas las endiosadas diosecillas que nos desgobiernan desde el Olimpo más atiborrado de ídolos que jamás hayan conocido los contribuyentes paganos de esta Hispania sin Viriatos.
Desde el 1 de Enero de 2011 el humo de un fantasma recorre España: el de la progresista Ley Antitabaco que reprime a la población fumadora con la amenaza de soplones quintacolumnistas, semejantes a los que durante casi medio siglo alimentaron los represivos ficheros de la Staatsicherheit. El radicalismo de esta nueva Prohibición no sólo permitirá castigar a cuantos infrinjan la nueva ley sino que puede llegar a resaltar la desafección política de quienes osen, no ya fumar en lugar prohibido, sino airear su descontento o mencionar nostálgicamente los tiempos cuando era posible hacerlo «en libertad».
Puede que el gobierno socialista crea que nunca nadie fumó salvo los machos fascistas. En tal caso deberían documentarse acerca de consumidoras de vegueros tan poco sospechosas de conservadurismo como Catalina, Emperatriz de todas las Rusias; las escritoras George Sand y Colette; Doña Sara Montiel y, sobre todo, mi cubanísima abuela Susana Josefina, tía de un héroe castrista de Angola y camagüeyana de café, copa y puro. Es mucho lo que la Excelentísima Ministra Doña Leire Pajín tiene aún que aprender de estas señoras.
Santiago Carrillo, al principio de la transición política española, fué recibido con varios políticos de la época por el Rey de España. Mientras aguardaban la llegada del monarca los más enviciados decidieron echarse un pitillo. La súbita entrada de D. Juan Carlos I en el salón obligó a los fumadores a apagar apresuradamente sus cigarrillos y a deshacerse de ellos como buenamente pudieron. El apremio hizo que alguién olvidara una colilla humeando en el reborde mismo de una mesa de mármol. Carrillo la recogió cuidadosamente, la apagó, la escondió y comentó a un político conservador adlátere: «¡Joder!¡A ver si apagais bien las tobas, que luego se agujerean las alfombras de la Real Fábrica de Tapices y nos echan la culpa a los comunistas!«.
Hoy en día ni cenizas quedan de aquella solidaridad interclasista nacida a la lumbre de un cigarrillo palaciego y olvidado. Tampoco quedan ya en nuestras ciudades estatuas del general Franco cuyo desmantelamiento permita homenajear nuevamente al camarada Carrillo, puro vá y puro viene, en el salón humeante de un restaurante exclusivo. Mas si acaso quedara alguna estatua por bajar o hubiere que comenzar a bajar otras, es dudoso que el antiguo Secretario General del Partido Comunista fuese delatado por infringir la Ley Antitabaco, de celebrarlo con humos de sorullo. En su caso fumar no es contrarrevolución, es Memoria Histórica. Lo más que podría sucederle es ser nombrada «hijo adoptivo» de alguna villa. «Todavía hay clases«, dicen que le dijo Marx a Engels.
Pero si a Usted y a mí se nos ocurriera ponernos morriñosos y pedantones y explicar que Pepita Avellaneda, allá por 1900, salió de Montevideo y de la miseria triunfando por los lumpen-cafetines de Buenos Aires con unos tangos cupleteros cuyo principal encanto era verla travestida y despachándose en escena unos cigarrazos más largos que sus piernas, de seguro que nos declaran fascistas y nos obligan a ver la vieja serie televisiva «Mariana Pinada» tres veces al día durante cuatro meses.
Puede irnos aún peor si en el país donde casi nadie del gobierno habla inglés decidimos citar a «La Prometida» («The Betrothed«). Es un espléndido e incorrecto poema escrito por Rudyard Kipling en 1886 en homenaje al tabaco. No le vá a la zaga al archiconocido y moralizante «If«. Los versos debaten las virtudes de Maggie, la novia, y de Nick O’Teene («Señor Nicotina»), ganando el segundo por goleada. En la tesitura de elegir entre una mujer y una buena caja de Larrañagas de Vuelta Abajo, Kipling reflexiona y se decanta por la cigarrería de la Cuba española y los charrutos de la Real Compañía de Tabacos de Filipinas. Lo hace porque se le aparecieron en sueños varias ministras de un país irreconocible y calcinado al Norte de Gibraltar. Así que si le toca a Usted escuchar a Doña Maleni hablar de trenes y pavimentos, no se irrite, saque su tabaquera de plata y saboree un H. Hupman procurando que no lo vea Doña Leire.
Al «Señor Nicotina» de Rudyard Kipling le complacería saber que existen políticos con tantos humos que, además de hacer del presente picadura, ponen las hojas del pasado a colgar en el secadero del Partido a fin de elegir el aroma que más conviene. Cual hacían, año tras año, los redactores de la Enciclopedia Soviética de Stalin, ninguno de cuyos redactores fumaba. No por falta de ganas o por deseos de embarcarse en la nave soviética del tiempo para honrar a la Leire Pajín del futuro, sino porque hacerse con una cajetilla de papiroshkas en las colas de Moscú era tan imposible como criticar a los miembros del Soviet Supremo y vivir para contarlo.
Si bien nunca llegaron a cuajar, no han faltado escarceos para entronizar, discretamente, los chivatazos al gobierno. Apuntando, sobre todo, a quienes defraudaban a la Hacienda Pública. Mas fué necesario esperar a la apoteosis de Doña Leire Pajín, Ministra de Sanidad, Igualdad y Política Social, para toparse con el reconocimiento oficial a la figura del delator. El coperador necesario que coadyuva al cumplimiento de la Ley Antitabaco. Iniciativa ésta que nos aproxima al funcionamiento platanero de los Comités de Defensa de la Revolución o CDR cubanos. Aunque debutaron hace medio siglo como mesas de chivatos encargadas de controlar las idas y venidas de los ciudadanos en cada edificio, manzana y barrio de las ciudades de Cuba, los CDR han terminado por fisgar en la intimidad de todos como marujonas. La compleja personalidad del chivato gubernamental ha sido sido retratada en una memorable película alemana sobre la vida de un miembro de la Stasi sin más horizonte que el Partido: «Das Lieben der Anderen» («La Vida de los Otros», 2006). De haberse inspirado en los voluntariosos chivatos que contempla el Keine Tabak Diktat de Frau Leire Pajín, el director Florian Henckel von Donnersmarck, contaría hoy entre su filmografía con el más plúmbeo de los pestiños. Aunque, de seguro, habría cualificado para una subvención al «cine español».
Pero nos esperan cosas peores. Doña Leire Pajín no se irá de rositas. Prepara una Ley de Igualdad de Trato o «Antihumillación» (?) que nos obligará a encerrarnos en casa para decir lo que pensamos y, ya de paso, echar un cigarrito. En breve plazo, osar decir de una ministra que es «fea», «gorda», «mal vestida», que «no se lava el pelo» o que no pasa de «analfabeta funcional» pasará a convertirse en un delito repugnante. Los que nos vayamos de la lengua acabaremos siendo reos de gulag y no iremos a los presidios norteafricanos porque habrán sido cedidos a Marruecos sin contrapartidas. Está por ver si los delatores de la Ley Antitabaco podrán, además, chivarse de quienes musitan incoherencias y emiten ruidos guturales al ver a esas ministras que saltan, se abrazan y se besuquean tras la aprobación de leyes que la población no desea. El PSOE, como el chiste aquel del «incordiante», parece disfrutar introduciéndole un dedo en el globo ocular a cada ciudadano para entonar después, con toda cortesía un simpático «¿Molesto?«.
No me atrevo a afirmar que la Ley Antitabaco sea únicamente fruto de la incompetenecia de una o dos ministras perdidas en el erial de dispendiosos jacobinismos. Detrás de esa ley hay designios e intencionalidad. Se trata de lanzar el escandallo una vez más y ver hasta donde puede hacer intrusión la nave del Estado sin provocar una reacción que extienda las protestas a la calle. Se trata tambien, próximas ya unas elecciones tras las cuales -todo parece presagiarlo- el actual gobierno socialista se hundiría, de legar a los que vengan detrás una herencia envenenada: tierra quemada y campos de minas, hechos ambos difícilmente reversibles.
Abordar en clave de broma el tabaquismos encaja mal con la absoluta falta de sentido del humor de un gobierno cuya pertinacia jacobina va a la par con el desprecio a cualquier cualificación técnica o intelectual. Tenemos el gobierno que quisimos darnos. Uno que se cree transcendente y democrático con tan sólo altisonantes y reiterativos alegatos de «rigor«, «transparencia», «seriedad«, «responsabilidad«.
Maximilien de Robespierre es el prototipo del político radical que, guste o no guste, se propone cambiar una sociedad. La ingeniería social que ello conlleva requiere dosis variables de oportunismo y dictadura. Robespierre continúa siendo la musa inconfensable de algunos revolucionarios de inspiración francesa pero la ruta que abrió el abogado de Arras termina, inevitablemente, en la Camboya de Pol Pot. No se comprende bien por qué sus coetáneos llamaron «el incorruptible» a este ególatra atildado. Tal vez por su empecinamiento. O porque tildarlo de otra cosa era peligroso. De seguro porque está claro que nunca fumó en estudios de televisión al final de una entrevista, ni en edificios públicos, ni en hospitales, ni mucho menos en las plazas o lugares frecuentados por niños, ancianos o mujeres en avanzado estado de gestación. En 1789, para hacerse elegir diputado el «ciudadano Maximilien» atacó caústicamente a los funcionarios, a la administración central y al régimen fiscal en vigor. Pero una vez asegurado su puesto de diputado pasó a ser un feroz centralista parisino, hizo que los funcionarios fuesen designados por la maquinaria del partido, que él controlaba y, ¡cómo no!, subió los impuestos. Laicista furibundo, se propuso acabar con el cristianismo en todas sus facetas. Comenzó atacando el culto revolucionario a la «Diosa Razón«, que se revelaba insuficiente para descristianizar a Francia, y ante la persistencia del hecho religioso cambió de táctica y aconsejó a la Convención «admitir la existencia de Dios y del alma inmortal» para continuar así la descristianización por otras vías. Sin cejar en su cantinela de Democracia por aquí, Derechos del Hombre por allá y Filosofía por acullá, se estima que este jacobino autócrata y buenista envió más de 20.000 mujeres, religiosas y menores de edad a la guillotina. Entre ellos -me niego a tener menos memoria histórica que otros- a mi trastarabuela, Marie Dubert, hija de un panadero de Burdeos, decapitada en esa misma ciudad, por ser católica, el 4 de Julio de 1794, apenas tres semanas antes de que al paranoico dictador le llegase su turno en París. Y, sin embargo, acaso por no ser fumador, Robespierre sabía despertar el fervor popular con su oratoria, aspecto que precipitó la actuación de quienes conspiraban contra él, incapaces de apreciar en toda su grandeza la dedicación con la que el insigne abogado de provincias decía haberles servido.
Pero, regresando al «Fumando Espero», con el cual comenzó tanta digresión, cabe pensar que pese a una loable alusión islámica al «egipcio especial«, el tango español recobrado por Sara Montiel no es sino el himno machista a una mujer sumisa e intoxicada que cría mantecas de molicie en la chaise-longue donde yace en espera de su hombre, aprovechando la ausencia -aún no había alcanzado Doña Bibiana Aído su estadio de ser vivo- de la anterior Secretaria de Estado de Igualdad. No coincide demasiado esta imagen con el modelo feminista más radical: el de utópicas amazonas andrófobas destrozando al galope la gramática española y los caracteres sexuales secundarios. Más de un delator se chivaría de esta canción por atentar contra los sacrosantos contenidos sanitarios, igualitarios y sociales. Pero existen circunstancias eximentes que desacosejan censurarla. Joan Viladomat musicó en 1926 una secuela titulada «Tango de la Cocaína» que, aunque de éxito menor, nos dá las claves para descifrar el verdadero sentido del «Fumando Espero«, que no sería otra cosa que un elogio del opio de Egipto y sus efectos. La chica de la chaise-longue no está dominada por macho alguno, simplemente tiene un colocón de aquí al Delta del Nilo. Habida cuenta de que el docto «¡A colocarse y al loro!» del otrora famoso alcalde de Madrid, D. Enrique Tierno Galván, subsiste como arenga sapiencial para adentrarse en los arcanos de los alcaloides en fumeque, basta con filtrar la nicotina del «Fumando Espero» para quedarnos con un jovial tema progresista, lleno de sexo y droga egipcíaca, digno del festival de Woodstock.
Fué precisamente en los tiempos de Woodstock, al cerrarse la década de los años 60 del pasado siglo, cuando se reunía en los sótanos del Café Lyon, próximo a la madrileña Plaza de Cibeles, en el Club «La Ballena Alegre«, una singular tertulia dirigida y moderada por el «Profesor» Fernando Sesma y por Antonio Ribera, pionero del submarinismo. El tema de dicha tertulia era la llegada a la Tierra de los extraterrestres del planeta Ummo. Dichos alienígenas eligieron al «Profesor» y a Ribera como depositarios de un sinfín de mensajes, harto prolijos, que revelan una civilización avanzadísima. Además de no fumar reprimían severamente el consumo del tabaco, bien fuera en picadura selecta o en rapé con vainilla. Tenían, por así decirlo, una «Ley Cósmica Antitabaco». Las gentes de Ummo, atraídas por el bajo coste de la vida y el buen clima, habían elegido a España como cabeza de puente para explorar la Tierra.
El saber cosmonáutico de Doña Leire Pajín, capaz de glosar, con precisión, la conjunción astral de los presidentes Barack Zapatero y Rodríguez Obama coincide con lo que conocemos de nuestros visitantes del planeta Ummo. Hay quién piensa, como apuntaban en su día los animadores de «La Ballena Alegre«, que las gentes de Ummo ya viven entre nosotros y que adoptan morfología humana para pasar desapercibidos. A veces, debido a la imprudencia de la prensa desafecta, algunos de esos extraterrestres corren el riesgo de que su disfraz sea desvelado. Es el caso de la asesora recientemente nombrada por Doña Leire Pajín, una alienígena total en el puesto que ocupa. Para protegerla de los periodistas, la Doña se vió obligada a echar mano de un rotundo lenguaje de estibadora espacial, años luz por delante del de la Real Academia. Se trataba, dijo, de una ciudadana de Ummo y la tripleministra coloca a las Ummitas donde le doblepeta, ¡Faltaría más!
Todo apunta a que Doña Leire Pajín sea, ella misma, una destacada colonizadora procedente de Ummo ¿Qué es, si no, la reciente Ley Antitabaco más que una clave cifrada para difundir el mensaje de los extraterrestres? «El humo a la calle en España» quiere, en realidad, decir: «Ummo está ya en todas las calles de España«.
Por desgracia, ni el «Profesor» Sesma ni Antonio Ribera percibieron la malignidad de Ummo. Los Ummitas aspiran a poseer la Tierra y sus parias. La codician para convertirnos en esclavos descerebrados de una Alianza de Planetizaciones. Nosotros poseemos los minerales de los cuales carece Ummo y que permitirían a los ummitas recibir copiosos emolumentos y vitalicias pensiones. Y, por si fuera poco, hasta Flash Gordón, el rapaz asturiano del Planeta Mongu, se ha coaligado con ellos y está echando una mano para que saquen adelante sus absurdos presupuestos, leyes y programas.
Como dicen los pariguayos libros de autoayuda del Dr. John Gray, «Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus«. Es cierto, pero los fumadores son de España y Doña Leire Pajín es de Ummo. Y como no regrese pronto a su planeta, ya verán como nos endilga otro decreto obligándonos a desayunar con una especial versión del «Hummus» saharaui: puré de garbanza a la muhammara con algo de pimentón, matraca de Rabat al gusto y tres generosas cucharadas de lacrimógeno de oliva virgen tetuaní. Y encima nos obligará a soltar un agradecido «aljandulilá«.
No sé por qué escribo todas estas cosas si no fumo. Indudablemente por indignación frente a un gobierno caótico que forzó a los pequeños empresarios a considerables desembolsos para cumplir con la orden de habilitar salas especiales para fumadores que luego han sido eliminadas. Asimismo podría ser porque no soporto que el Estado actúe ignorando su propia legalidad. Acaso porque me preocupa ver como aumenta la radicalización ciudadana, creándose las «condiciones objetivas» para que los extremistas de uno u otro signo machaquen a palos a quienes no están de acuerdo con ellos. Y, ya lo dije en otra ocasión, porque no soporto que de la Universidad pública se expulsen conferenciantes -el último de la lista ha sido el Arzobispo de Madrid- cuando van a disertar sin mostrarle una certificación de progresismo al fundamentalista de guardia o al energúmeno de turno.
Buena parte de mi vida ha discurrido bajo las dictaduras de Trujillo, Batista y Franco. El haber conocido esos regímenes -todavía admirados por algunos- me ha otorgado cierto olfato a la hora de distinguir qué tufos traen las brisas. Y algo empieza a oler a podrido en esta España. Por incompetencia o por mala voluntad. Por intolerancia también. En determinados países, escribir lo que aquí escribo se paga con la vida. Son numerosos los periodistas y políticos que apostaron por la libertad a sabiendas de que lo pagarian caro. Ellos y sus familias. En España, de momento, la violencia política ha estado más o menos circunscrita a circunstancias específicas y a territorios concretos. Todavía somos un país democrático. Esperemos que unas elecciones generales lo confirmen.
He comenzado por ello a recitar cada mañana un mantra de James Madison, cuarto presidente de los Estados Unidos de América. Viene dicho mantra de un país que antes de ser libre ya vivía en democracia. Reza así: «Es más frecuente que las libertades de los ciudadanos sean recortadas por quienes tienen el poder, actuando de forma gradual y sibilina, que por quienes llevan a cabo intervenciones políticas fulminantes y violentas«.
Jaime Colson-Pueyo
4 Comments
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By Libertario, 19 enero 2011 @ 18:18
Es cierto, el problema no es el tabaco, el verdadero problema en España en estos momentos es la paulatina perdida de libertades, que se verá agravada en breve por la censura que están preparando para los medios que no se plieguen al discurso progre.Liberticidas, eso es lo que son.
By domingo, 3 febrero 2011 @ 13:04
y qué hacemos los fumadores?, mucho hablar de cohartar las libertades, pero muchos nos congelamos tomando el cafetito a la intemperie
By Zamaflequi, 18 febrero 2011 @ 9:37
Genial, como siempre, con unas comparaciones históricas muy acertadas. Como siga así, no va a tener más remedio que dedicar su futuro premio a los Condes de Tokaji.
Dos retos/sugerencias:
– que dedique uno de sus futuros artículos a las féminas competentes, que haberlas, las hay.
– que siga explotando el tema del planeta Ummo y los comedores de Hummus..
By Zamaflequi, 18 febrero 2011 @ 9:39
Por cierto, con respecto a la ley, a mi, personalmente, me parece fenomenal. Viviendo el Belgica se puede ver como en España no se respetaba en absoluto al «no fumador», cosa que en Bélgica no ocurre. Si que reembolsaria a las PYMES en el sector de la restauracion lo que se gastaron en adaptar los locales, pero el resto me parece bien, aunque creo que sera necesario esperar un tiempo antes de que se normalice la situacion