Nada interesante…

Iba a escribir un sesudo artículo a cuenta de la demanda de paternidad que el Supremo ha admitido contra el Rey don Juan Carlos. Pero entre un churro que he leído en El País escrito por un barroco del derecho, espeso y antiguo, y las sabiondas y asentadas opiniones a las que han ido llegando los expertos que pontifican en los programas de la tele, me he venido abajo y se me han quitado las ganas. Seguro que lo que yo diga no está a la altura del asunto, ni desde luego de las tan bien construidas posiciones de tertulianos de medio pelo y presentadoras de la otra mitad. En cualquier caso, me parece muy bien que se haya protegido el derecho de la demandante a investigar quién es su padre, y de paso se de al Rey la posibilidad de decir lo que estime conveniente. Estoy convencido de que si don Juan Carlos cree que es el padre de esta mujer, así lo reconocerá. Ella ganaría un padre, un apellido de lustre y una parte de herencia, y nuestro viejo Rey a una hija con la que compartir la jubilación y los momentos que no puede tener con la Infanta Cristina. Y si no lo cree, tratará de que quede tal judicialmente asentado, haciendo uso de los instrumentos legales que tiene a su alcance como el resto de los ciudadanos (que la causa la vean en el Tribunal Supremo no es un privilegio. Es una putada que reduce las opciones de recurso). Seguro además que a la Reina doña Sofía, a estas alturas, se la trae al pairo si su marido tiene uno o siete hijos por ahí repartidos. Se la ve feliz en su nuevo papel, yendo y viniendo donde le da la gana sin los corsés de la Corona compartida. Y como desde el punto de vista constitucional, un hijo extramatrimonial no tiene la menor de las trascendencias en cuanto a la sucesión a la Corona, esto, salvo antimonárquicos y prorrepublicanos, no da más de sí, ni desde luego afecta para nada al Rey Felipe VI. Él está a otras cosas, y en mi humilde opinión no le va nada mal.

También había pensado dar réplica al último artículo de mi compañero en este digital, y buen amigo, don Alfonso del Amo. Él, que es un liberal íntegro, ha tenido la humorada de escribir una no-carta a los no-reyes, pidiendo imposibles (que si igualdad en las comunidades autónomas, que si adelgazar la estructura del estado, que si reducir la burocracia, que si prohibir el déficit, bajar los impuestos y las cotizaciones sociales,…). Don Alfonso quiere menos Estado (incluso diría que nada de Estado), dejándonos a la buena de Dios, que como nos concedió libre albedrío es tanto como decir que allá nos apañemos y ‘el que más pueda, capador’. Yo soy más de que el procomún, adecuadamente nutrido por lo que se obtiene con un sistema progresivo de impuestos, sirva para cubrir las necesidades básicas de todos en orden a una convivencia solidaria en la que quien más tenga, más aporte, y quien más precise, más reciba. Por supuesto, con justicia, libertad e igualdad como principios rectores, y bajo la mano gestora de personas honestas y responsables que antepongan lo colectivo a lo personal, a las que no se les quede entre los dedos lo que no es suyo. Un imposible, vamos, como el listado de sueños de mi amigo Del Amo, así que también para hablar de esto me he quedado sin fuerzas.

Seguro que si recurro al alcalde de Santander y esa declaración de bienes que ha incluido en la primera entrada de su nuevo blog (para ser el regidor de una smartcity que va de guay tecnológica ha tardado mucho en lanzarse a usar las herramientas de la Sociedad de la Información para relacionarse con los ciudadanos. En esto va a la par que la ciudad, un poco por detrás de los tiempos…) tenía para un par o tres de buenos párrafos. Pero por ser sincero diré que De la Serna me aburre. Soberanamente, además. Tiene solamente un año menos que yo, y parece que tenga 15 más. Es rancio en sus formas, atascado de maneras, superficial, políticamente irrelevante (por mucho que desde que era concejal de Aguas ya pareciera que iba para ministro, o de que le tocara en la prórroga la presidencia de la FEMP). La pelea con el presidente de Cantabria que alimenta como estrategia para tratar de ser alguien resulta cansina. Sus acciones de gobierno dan pereza, porque no son más que vulgares repeticiones de cosas que ya se ensayaron en el pasado, en su momento, que no es el de ahora. Todo él, y todo su equipo (se salvan en realidad tres concejales justos), rezuman la antigüedad de los que se han quedado sin ideas, y sobreviven por pura inercia (y porque la alternativa, que todo hay que decirlo, resulta tan patéticamente insustancial que no da para ensoñaciones). Total, que tampoco Íñigo y su mundo del siglo XIX pretenciosamente colocado en el digital XIX me apetecen (intenté hace dos meses registrar telemáticamente un escrito, y mi navegador -actualizado, como es lógico, a la última versión- no me dejó porque la web del ayuntamiento -smartcity, no se olvide- no admite protocolos de seguridad tan modernos…).

Visto lo visto, creo que me voy a reservar para el siguiente post, que tal vez esté menos desganado y más inspirado. siento no haber estado interesante en esta ocasión…