Publicado en Diario Montañes el 29 octubre 2014
Va a ser muy difícil recuperar la confianza hacia una clase política y unos sindicatos que se aprovecharon de su situación para enriquecerse. La disposición a su antojo del dinero público ha conducido a que la sospecha se extienda a todo el conjunto, y ahora no tienen que esforzarse en mostrarse eficaces sino honestos. Pero con la excusa de la presunción de inocencia y la espera de los pronunciamientos de la Justicia, se empecinan en mantener una imagen ajena a la corrupción, más atentos a denunciar las conductas del adversario que en lavar su propia imagen.
Lo vemos cuando el PP, con la excepción de las rápidas declaraciones de Esperanza Aguirre, no toma medidas fulminantes ante el escandaloso comportamiento de un ex vicepresidente del gobierno, su lenta condena del ex senador Bárcenas, negar la trama Gurtel, o las recientes detenciones de personajes en la operación Púnica. Lo vemos, de igual forma, cuando el PSOE sigue manteniendo la inocencia de los Presidentes de Andalucía bajo los que se urdió la trama institucional de los ERES y una ex ministro de Zapatero está encausada bajo sospecha de turbios negocios mientras otro se reunía en gasolineras gestionando asuntos aun no aclarados. O cuando CIU sigue evitando mantenerse al margen de las actividades del “Honorable” Pujol y su entorno familiar o el alcalde de Barcelona, con su cuenta millonaria en Andorra. O cuando los sindicatos ignoran su participación en el negocio de los ERES que han conducido a la imputación de destacados responsables en Andalucía y Asturias, cuando dos ex presidentes de Baleares se encuentran en prisión por robo y cuando la Casa Real ve a sus familiares y colaboradores envueltos en tramas de corrupción.
Las tarjetas negras de Bankia son la traca final de la destrucción de las Cajas de Ahorro, en manos de políticos y sindicalistas, que ha seguido al saqueo de los comisionistas catalanes y valencianos, al encarcelamiento de dirigentes de la patronal empresarial, presidentes de diputación y alcaldes cuyos despilfarros infames condujeron a la ruina de ayuntamientos. Todo un rosario de instituciones y organismos públicos infectados por la codicia y mas que quedaran por llegar, a poco que se siga escarbando. Hoy todos están bajo sospecha: Tribunal de Cuentas, partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, ayuntamientos, diputaciones… hasta llegar a la astracanada del jovenzuelo con acceso a los núcleos de poder, cuya presencia todos ignoraban.
Pese a la continuada cadena de escandalosos comportamientos, de haber promocionado a los responsables sin vigilar su actuación y ser cómplices del encubrimiento, se sigue pretendiendo que la gente confíe en ellos y se esgrime, como un espantajo, el miedo al cambio que represente cualquier iniciativa que desafíe su permanencia. La irritación ciudadana, que viene sufriendo las consecuencias de una crisis económica con pérdidas de trabajo, sueldos congelados, desmoronamiento de empresas y elevados impuestos, conduce inexorablemente al rechazo hacia quienes han conducido a esta situación. El régimen instaurado por la Restauración de Cánovas en 1878, con años de alternancia política entre moderados y liberales, acabó hundido por el caciquismo, la conflictividad social, el nacionalismo catalán, el descrédito y la corrupción. Un siglo después, hemos regresado a una situación similar, con el desprestigio de los partidos políticos surgidos en la Transición, los problemas económicos y el riesgo de la disgregación del país, donde en vez de perder Cuba, estamos a punto de perder Cataluña.
En épocas pasadas, el hambre, los impuestos abusivos o la injusticia, acababan en revoluciones que conducían al derrocamiento del poderoso y el ajuste de cuentas. Hoy, en nuestro entorno, son las urnas las que expresan el sentir del pueblo. Existe el temor a que formaciones con planteamientos populistas ocupen el protagonismo político, considerándolos como irresponsables radicales que hundirán mas al país. Probablemente pueda ser cierto, pero la irritación de la gente no está dispuesta a tolerar más desmanes y los partidos políticos actuales se están haciendo cómplices de esta situación. La mayoría de los desencantados actuales han sido votantes el PP y del PSOE. Si “Podemos” aumenta día a día sus intenciones de voto, nutriéndose de los antiguos votantes de estos partidos, no es solo la expresión de una izquierda radical, sino que también recoge también el sentir de las nuevas generaciones. Ya no se pide tan solo la aplicación de la Justicia, siempre lenta y muchas veces condescendiente con el poder, sino de los comportamientos personales y los modos de gobernar. Aunque a esto se le llame antisistema, se les debe agradecer la manifestación de irritación generalizada que ha levantado la alarma en una clase política con demasiados infectados de codicia.
Algo huele a podrido, no en Dinamarca, sino en España. Mientras tanto, siguen para muchos los días de vino y rosas, el baile en Capitanía y la contemplación de la prima de riesgo como el Santo Grial que solucione los problemas, ignorando la llegada de nuevos tiempos. Que luego no se lamenten, porque no solo cosecharon lo que sembraron, sino que pasaron a la Historia como responsables del naufragio. Y quedamos a la espera de que una próxima operación policial siga expandiendo el olor.