En toda Europa la socialdemocracia se encuentra en retirada. Derrotada en Francia e Inglaterra, marginal en Holanda y Austria, retrocediendo en Suecia y Dinamarca, inexistente en Italia, destrozada en Grecia y afrontando su tercera derrota consecutiva en Alemania, la antes siempre presente izquierda moderada ha quedado arrinconada.
Desde mediado el siglo XIX los polos que rigieron la política europea fueron el socialismo y el liberalismo y desde entonces la política siempre osciló entre derechas e izquierdas , en muchas ocasiones desplazadas por sus extremos, que asumían dictaduras opresoras: fascismo o comunismo. Al final, tras sangrientos experimentos, se alcanzó una convivencia de ambas propuestas que permitió a Europa lograr una situación de bienestar y respeto a los derechos humanos que para convertirla en la imagen ansiada por todos los pueblo del mundo. Pero iniciado el siglo XXI los nuevos desafíos son las dificultades económicas sin poder competir frente a la mano de obra de países del tercer mundo que vacía sus fábricas, la realidad de una inmigración masiva cambiando nuestra sociedad, el terrorismo como amenaza constante, y sobretodo la ausencia de líderes capaces de ilusionar a un electorado envejecido, sin más interés que defender su estatus económico y sus pensiones.
En un continente envejecido y colmado de bienestar, ya no se lucha por la defensa del proletariado, ni se discute la propiedad privada , sino por el mantenimiento de los privilegios logrados y las nuevas generaciones quieren ser las protagonistas, sin esperar a conseguir los méritos de quienes les precedieron. Surge un concepto adolescente de la política reclamando más derechos que obligaciones, el desprecio a todo lo anterior, el relativismo como nueva ética, el proteccionismo medioambiental sin la búsqueda de recursos alternativos para mantener el nivel de desarrollo, la confianza plena en el poder del Estado y el rechazo de la democracia actual sustituida por la algarada callejera y la defensa de movimientos culturales alternativos. La globalización ha conducido a una pérdida de valores y componentes ideológicos, que ya no parecen interesar a nadie. Lo que fracaso en el utópico mayo del 68 va camino de hacerse realidad.
En los países del norte y del centro, el malestar lo recogen nuevas formaciones cargadas con la fuerza nacionalista que protagonizaron sus años más negros, y en el sur del continente surgen los partidarios de volver a una izquierda radical. En Italia el protagonismo político, tras continuos casos de corrupción ha quedado a merced de partidos sin componente ideológico. En Francia surge triunfa un salto político experimental para hacer frente a la descomposición de un socialismo rechazado y el miedo al nacionalismo que recogió los votos de los viejos comunistas. Y la próspera Inglaterra de hace unos años se separa de Europa mientras asoma la escisión de Escocia.
Cuando todo esto ocurre, España, la nación más vieja del continente, debate su propia identidad con los nacionalistas catalanes pidiendo la independencia , alcanzando en el País Vasco las instituciones quienes hicieron de la lucha armada su medio de diálogo y se contempla a Venezuela como modelo, cuando ya una Grecia hundida, no parece ser el ejemplo a seguir. El espíritu de la Transición esta perdido, porque las generaciones actuales ni vivieron sus dificultades ni conocen lo que existía antes. Desaparecidos los estadistas que hacían del consenso la forma de gobernar, en vez de reformar las leyes se busca en el cambio de la Constitución como la solución de los problemas, reinventándonos el país con cada generación, para regresar a los viejos debates de República frente a Monarquia, la pérdida del concepto de interés nacional, el derecho decimonónico a que cada región decida su futuro, el pronunciamiento del pueblo más que en sus representantes y el regreso de los demonios de la guerra civil con sesgadas memorias históricas, sin más bagaje ideológico que la vuelta a los planteamientos de hace medio siglo, como si el mundo se hubiera detenido hace casi cien años.
Mientras Europa busca en la moderación su futuro, la izquierda española, huérfana de un mensaje moderno como sus hermanas, ha decidido tomar el camino de radicalizarse levantar barricadas e intentar el asalto del Palacio de invierno, llamando a sus bases a la nueva revolución, volviendo a enarbolar las banderas del “arriba parias de la tierra, en píe famélica legión”…
El problema no es que huela a polilla de armario viejo , sino que no aporta nada nuevo y solo cosecha el desapego del electorado, que se refugia entre el nacionalismo extremo o las quimeras de las nuevas revoluciones