He seguido con interés de portero de finca urbana el proceso electoral del PP de Cantabria. Me motiva mucho la pelea ajena, mejor si es con malos modos y palabras gruesas. Han tenido los populares el acierto de conseguir que su elección se haya parecido a la de las izquierdas de Podemos y PSOE. Para que no se pierdan las costumbres de la puñalada trapera de pícaro y la lucha en el barro. Así ya no hay confusión. Todos son iguales en su divergencia, e idénticos en su diferencia.
No están en ese partido mis simpatías ideológicas. Seguro que nadie lo pone en duda. Pero en lo personal, y en general, nada tengo contra sus gentes. Así que me siento empático con Ignacio Diego. No sé si es el mejor presidente que pueden tener. Tampoco me importa mucho. Pero desde luego el hombre no se merece la campaña de su contrincante. Ni siquiera se merece a su contrincante. Hay que tener mucho cuajo para haber estado en el mando varios lustros y oponerse ahora al jefe abanderando el cambio y la renovación. No recuerdo de Buruaga críticas cuando fue elegida secretaria general del presidente al que pone a escurrir. Ni cuando la hizo vicepresidenta del gobierno. A la vista queda que el frío de la oposición y la soledad al perderse el poder trastornan.
También las fotos de grupo de los que acompañan a una y a otro en su aventura dicen mucho. Sobre todo que el resentimiento es poderoso a la hora de escoger bando. La fidelidad es una virtud en desuso en política. Y la coherencia hace tiempo que bajó a por tabaco. Ojo que tampoco se me escapan apoyos que huelen a supervivencia. Es humano apostar para no perder, ni siquiera status. Pero el equilibrio con el discurso, con todo respeto, sólo lo encuentro en un lado. La mesura también. Qué tendrá el poder que a la hora de alcanzarlo dan igual la unidad, la historia, la memoria, el respeto, la lealtad.