Pin, el sacristán inquisidor
Severiano tenía un gran sentido del humor y siempre estaba rodeado de los mozos del pueblo que gustaban de escuchar las anécdotas y ocurrencias del abuelo.
Le hacía mucha gracia contar las circunstancias graciosas de Pin el Sacristán. Era este un personaje que tomaba su profesión con mucha seriedad y no permitía ningún desliz, tanto que constantemente interrogaba a su mujer Lorenza, Lora como él la llamaba cariñosamente, con preguntas del catecismo del Padre Astete. Lorenza acostumbraba a responder con paciencia a las preguntas de su marido, pero una de las veces cogió a la pobre mujer ocupada en las labores de la casa y ante la pregunta del catecismo que le hizo Pin:
- ¿Quién es el Papa?
Contestó Lorenza:
- Otru comedor como tú.
Esta respuesta poco edificante de la pobre Lorenza quedó siempre grabada en la mente estrecha de Pin el Sacristán.
Lora murió primero que él. Pin además de Sacristán era el enterrador del pueblo y cuidaba con asiduidad la sepultura de su difunta, a la vez que dialogaba con ella inquiriéndola sarcásticamente:
- Lora, ¿ahora ya sabrás quién es el Papa?
Otra de las historietas que sobre el Sacristán, contaba el abuelo, además de haber tomado parte en ella, fue la que ocurrió en la procesión de rogativas que el cura del pueblo organizó por motivo de la sequía.
En la procesión el cura entonaba la letanía y Pin respondía. Durante el trayecto salió el sol mañanero que molestaba en la calva del Sacristán y tuvo la feliz idea de sacar el pañuelo del bolsillo anudando los cuatro picos y poniéndoselo a modo de gorro. El abuelo Severiano, que iba en la procesión con más ganas de bromas que de rezos, cogió del suelo un puñado de guijarros y se entretuvo lanzándolos disimuladamente a la cabeza del Sacristán. Pin ante tamaña afrenta, interrumpió el canto sin más, lo que llamó la atención del señor cura que le preguntó:
- ¿Por qué no cantas Pin?
A lo que respondió:
- Porque me tiran piedras los fariseos.
Estos relatos del abuelo Severiano hacían la gracia de los mozos que le escuchaban con mucha atención.
Los mozos del pueblo solían venir voluntariamente a ayudar en las labores de campo, porque los tres hijos varones que tenía Severiano habían emigrado a Cuba, siguiendo la tradición de la familia de su mujer Guadalupe. Los mozos venían de buen grado porque se sentían contentos con el buen carácter del abuelo y porque era muy espléndido con ellos.