En noviembre de 2013 publiqué un artículo titulado «Nosotros los liberales» en donde cuestionaba, sobre unos datos que había publicado el CIS, que en España hubiese un doce por ciento de liberales, pues viendo la evolución de las cosas quedaba claro que somos menos, muchos menos de ese doce por ciento.
El liberalismo, doctrina política genuinamente española tiene su origen en la que se conoce como Escuela de Salamanca, en donde un grupo de teólogos acomete los principios teóricos en defensa de la libertad antes que nadie, fueron ellos los que como Juan de Mariana dejaron escrito en 1578 : «El Príncipe no es el dueño de los dineros del súbdito y que el acceso a ellos es limitado y condicionado, de modo que las extralimitaciones regias pueden llegar a la necesidad e incluso la obligación del regicidio».
Aquí se encuentra el principio de todo, el que señala que hay que vivir deliberadamente y que la libertad no es ninguna dádiva del Estado, esta pertenece al común.
Sabemos que hay doctrinas políticas, religiones, cuyo máximo objetivo es conducir la vida de la gente, decirles lo que deben y no deben hacer y que con mayor o menor disimulo atemperan públicamente su prevención cuando no su odio a la libertad, esa que permite a las personas decidir como quieren que sea su vida, lo que queremos ser y como lo queremos hacer, principios inasumibles para todo sectario político, religioso o meapilas del buenísmo que se precie, frente a los cuales el liberalismo aporta su consistente doctrina que le hace ser muy odiado por ellos.
Uno de los mantras básicos de estos refractarios a la libertad es lo que han venido en llamar «bien común» o lucha contra la «desigualdad», para lo cual consideran imprescindible el intervencionismo, crear normas, inventar impuestos, acotar comportamientos, decirle a la gente que es lo bueno y conveniente, que se puede hacer, cual no. Unido ello la muerte civil de todo disidente de sus postulados.
Esta posición lo único que pretende es disfrazar las aspiraciones totalitarias de los socio – conscientes que odian verse ante el espejo de sus contradicciones, de lo inútil e incompetente de sus doctrinas asistenciales y la ruina que provocan, frente a quienes pensamos que el libre albedrío de las personas en defensa de su vida, el ejercicio pleno de su libertad y el disfrute de su propiedad no puede estar condicionado ni dirigido, que no hay gobierno que tenga legitimidad para quitárselo ni acotarlo.
La libertad es frágil, hay que defenderla siempre, bajo cualquier circunstancia, no se pueden negociar espacios de renuncia, siendo este uno de los males que afectan a la sociedad con gentes cobardonas y acomodaticias dispuestas a abandonar parcelas de independencia por no saber en unos casos o aventurarse en otros ser libres, que evidentemente es más complicado que ser oveja en rebaño.
Hay que atreverse a poner en duda todo pensamiento, estar abierto al análisis crítico de nuevas ideas, no idolatrar al Estado ni a los Gobiernos, desconfiar de ellos poniendo en duda sus decisiones, pues siempre que actúan nos cuesta libertad y dinero.
Esta es la cuestión, no tener miedo a ser libre y ser capaz de sacudirse el yugo de quienes desde el Estado o la religión pretenden dirigir nuestra vida, cosa que no hay que permitir que la libertad es impagable y el liberalismo además es pecado. Afortunadamente ¡