Europa prohibirá las teteras ¡¡¡ así titulaba The Sun en plena campaña del Brexit, incluso Negel Farage decía hace pocas fechas que «fuera de la Unión Europea tendremos alimentos y ropa más baratos». No importaban las burdas patrañas, lo absurdo del argumento, la falta de estructura informativa y la ausencia de fuentes, la «información» voló por todas partes.
No puede sorprender por lo tanto que el 63% de los ciudadanos ya no sabe, o no puede, distinguir las noticias de los rumores o las mentiras, según los datos del Edelman Trust Barometer 2018.
La democracia es un régimen de opinión pública, las Instituciones, sus representantes y los muy etéreos de la sociedad civil, saben que su éxito, fracaso o mera subsistencia depende en muy buena medida de los comportamientos sociales, económicos y políticos de las personas receptoras de sus mensajes.
Lo más importante para los protagonistas de la cosa pública es fabricar historias y formatear mentes para que el principio de «no somos lo que somos, sino lo que la gente percibe que somos» se pueda amoldar a los mensajes que se ponen en órbita.
Por lo tanto se trata de evitar que la realidad marque las prioridades informativas o la agenda, es decir, hay que producir los argumentos del día, centralizar y controlar la información, programar su expansión además de elegir los destinatarios. No importa la realidad de las cosas, si hay que faltar a la verdad absoluta se hace.
Construir un relato es la clave del éxito si primero se conoce la situación real, las expectativas de la gente, cuales son los canales que transmiten la información y la credibilidad que estos tienen entre los destinatarios muchas son las posibilidades de alcanzar el objetivo, todo con tal de evitar el tentador camino del silencio, del oscurantismo, ya que como todo se acaba conociendo las cosas hay que ajustarlas al propio interés, contando una historia dotada de argumentación creíble para controlar las informaciones, aunque estas sean perjudiciales.
Estamos en tiempos de incertidumbre que producen una mayor atención hacia la información ( no confundir con la credibilidad otorgada) lo cual predispone al receptor, situación que se aprovecha para colocar «mercancía averiada» dependiendo de los intereses del «colocador», situación esta a la que indirecta, o no tan indirectamente, han contribuido bastantes medios con enfoques entre los dramático y lo sorprendente.
Tenemos por lo tanto un consumo de noticias de características insólitas o cuando menos chocantes que lleva como consecuencia lógica a enfoques periodísticos, también podemos decir empresariales, predispuestos a aceptar cualquier «noticia» por extravagante que sea, lo cual facilita el camino que lleva a partidos, sindicatos, patronales o grupos de interés a explotar el terreno abonado del oportunismo poniendo en circulación sus «excesivas noticias», de tal forma que unos aprovechan la situación para «colocar su trabajo» y los otros no aplican el rigor profesional verificando lo que llega.
Así están las cosas, pero bueno, después de todo siempre queda el recurso del dinero destinado a publicidad. Pero esto da para otra historia.
«Mercancía averiada» me parece un hallazgo lexicográfico. Teniendo en cuenta que se insiste en denominarlas (desde Laponia hasta Albacete) «fake news».
Soy un modesto lector empeñado en no escribir si no mejoro el blanco inmaculado del folio o la pantalla de Word. Usted lo mejora porque lo explica y lo argumenta, Del Amo.
Las Redes Sociales nos han democratizado de la cabeza a los pies, pero también nos han atrapado en su perversidad. El lenguaje como anfibología permanente. Enhorabuena, señor Del Amo. Esta mercancía no averiada que nos hace llegar tiene 501 palabras. Y creo sinceramente que no sobra ninguna. Aunque se echen en falta esas dos cruciales: «fake news»…