Oh ¡ la kultura

En este 2024 se cumplirán cuarenta y siete años de las primeras elecciones, las constituyentes, después de los padecimientos provocados por la larga noche de la dictadura.

En estos años la evolución de España ha sido indudable, la entrada en la NATO, el ingreso en la Unión Europea y alcanzar en 2004 el 94 % de la renta media europea, aunque en este apartado la brecha ha aumentado los últimos años en veinte puntos porcentuales de diferencia.

Una de las cosas que el final de la dictadura dejó al descubierto fueron las pantomimas del malditismo, el de aquellos kulturetas con cartel de represaliados  y obra ignota que la democracia colocó en el proscenio de la opinión pública al verse obligados a exponer sus ensoñaciones artísticas. Como bien señala Joseph Mitchell en su libro «El secreto de Joe Gould». La nada, ni obra, ni artista, ni trayectoria.

Como los auto denominados «mundo de la kultura» obra no tendrán pero avispados son, dieron rápidamente con el método, no el de Descartes, para continuar  con el rentable cartel del «malditismo» y sobre todo, hacer creer a la sociedad que era ella la culpable y por lo tanto tenía la obligación de mantenerlos subvencionados además de venerarlos cual artistas, aunque la peana tuviera más valor.

En la operación para sobrevivir son especialmente activos los cineastas, los teatreros y los aguerridos monologuistas, componentes habituales de la troupe secundaria en el reparto de plúmbeas series televisivas, que entendieron rápidamente que los políticos actúan cobardemente cediendo muy fácilmente ante cualquier presión si esta puede solucionarse con el dinero de los contribuyentes; además como el «mundo de la kultura» tiene habitualmente fácil acceso a los medios de comunicación el circuito de la presión y señalamiento a quienes se muestran refractarios  en admitir su superioridad moral, sin embargo son capaces de flotar como corchos sumisos ante quienes muestran generosidad y les dejan desenvolverse por los piélagos del sistema, ese que ha establecido que el negocio no está en hacer películas que interesen a la gente y compre localidades, el negocio  se encuentra en montar la bronca para que les subvencionen previamente, aunque luego ni siquiera se estrene.

El sector del libro es otro de notables habilidades,  sobre todo si se trata de editores locales, que con las subvenciones recibidas llenan almacenes con ediciones que no son utilizadas ni para atenciones  protocolarias, pero no se ahogan, no, son capaces de flotar en cualquier piscina.

En este sistema de aprovechados, si se da la circunstancia que el «artista» además es miembro de algún partido político ni les cuento el nivel de protección que tienen, en sus terruños han llegado a montarles un circuito de exposiciones que bajo el título «año de …» le han paseado como si fuera el mismísimo Velazquez.

Mientras tanto continuamos cual maldición bíblica soportando esta situación, la de una casta que bajo el paraguas de una auto otorgada superioridad moral se creen con derecho a vivir subvencionados, pero el caso es que les sale bien, con políticos cobardones que no quieren que les señalen ni les llamen censores y con otros políticos que les jalean si pertenecen a su tribu ideológica, mientras que el común que no ve sus películas, ni  sigue sus exposiciones, ni siquiera ojea sus escritos continúa pagando. Mientras los otros, los cineastas con espectadores, los autores con obra, los escritores con lectores y los pintores de éxito continuan a lo suyo, crear y engrandecer la cultura ajenos al entramado dominante, pero ricos en reconocimiento y respeto.

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