» El santanderino quiere a su Ciudad de manera apasionada, incluso cuando quiere demostrar lo contrario». José Simón Cabarga.
El 25 de septiembre de 2015 escribí y publiqué «Horteras sin Fronteras» artículo en donde señalaba diferentes tipos de hortera. Los horteras de bolera, los de piscina, para acabar deteniéndome en los horteras municipales, los más letales, puesto que utilizan el dinero de los contribuyentes y sus horteradas permanecen ancladas en el tiempo.
Aquel artículo estaba motivado por las obras que el Ayuntamiento de Santander había perpetrado en San Martín de Bajamar, en donde desnaturalizó el estilo y ambiente de una zona de la Ciudad hasta convertirla en una horterada modelo Benidorm, aunque en honor a la verdad la melonada no les salió gratis, los votos emitidos en las Elecciones Municipales por los Vecinos de las calles La Unión, Gurugú, Marqués de Santillana y Reina Victoria entre los números 26 al 30 así lo atestiguan.
Ahora de nuevo me veo en la obligación de escribir una segunda parte de «Horteras sin Fronteras» ante la agresión que se anuncia sobre otra zona de Santander, concretamente el espigón de Puertochico.
Parece que los responsables de la cosa municipal no han tenido suficiente con el sopapo que en 2015 les pegaron los santanderinos que se están esforzando para que el previsible del día 26 de mayo se vea incrementado. No se explica como se les puede ocurrir plantear a los votantes capitalinos una actuación para el citado espigón.
Puede que la promotora de la ocurrencia ( igual por no ser santanderina no está imbuida de la idiosincrasia de la Ciudad ) no sepa que hay cosas que los naturales del lugar no llevamos bien, sobre todo si esta ( la ocurrencia) modificará de manera irreversible un lugar con personalidad propia. No es admisible que el centenario y singular adoquinado sea engullido por losas de piedra artificial, unas plantitas que no soportarán el meneo de una surada y unos bancos diseño Castelldefels, pues no ! no se puede admitir que memoria y estilo santanderino desaparezcan impunemente.
Hablarles de la tolva, de las rederas, las encarnadoras de palangre, de los concursos de pesca infantil o de los caminantes por el espigón y pretender que comprendan parece vana pretensión , pues entonces sería increíble que se les ocurra tal majadería.
Salga usted a decirnos, por su propio interés, cuanto antes, que la urbanización hortera que propuso para el espigón de Puertochico fue una liada que con pretensiones de originalidad le metió un colaborador, que lo retira de su programa y que nunca lo llevará a cabo. Sepa que si continúa empecinada en ello electoralmente no le saldrá gratis.
Recorro con frecuencia, al igual que lo hacen miles de santanderinos, el paseo marítimo hoy más accesible al haberse abierto a la ciudad amplias zonas antes vedadas al ciudadano. Me gusta prolongar el paseo hasta el final del espigón de Puertochico y recordaba el comentario de Alfonso del Amo en su blog, justificadamente preocupado por la «ocurrencia» que alguien introduce en el Ayuntamiento de Santander que puede ser el fin de ese rincón entrañable, cargado de sabor, vestigio de una época, que hace volar la imaginación y recrear un Santander sobrio, austero, activo, que hoy es historia y poco tiene que ver con el escaparate, maqueta de cartón piedra que nuestros munícipes tienen en la cabeza como modelo de ciudad. Hace bien Don Alfonso en mostrar su rechazo, argumentado, a la tropelía que representaría llevar a efecto la obra proyectada, cuyo resultado no sería otro que la destrucción de casi el último reducto para el contraste, el recuerdo y la nostalgia de muchos santanderinos.