Los niños de los pueblos conocíamos las costumbres y las tradiciones de la comarca, aunque la mayoría de las veces desconociéramos el significado de lo que hacíamos, porque sólo imitábamos a los mayores.
Muchas de estas tradiciones y costumbres se traducían en los distintos juegos, que condensaban una cierta tradición con el calendario litúrgico, con las estaciones del año y con los trabajos agricolaganaderos de cada cosecha.
Quiero rememorar uno de estos juegos tradicionales de los niños y las niñas de San Salvador, en este caso las niñas participaban activamente en la organización de esta noche mágica porque formaban parejas con los niños. Nosotros, los niños, esperábamos con ansiedad este día porque era el primer encuentro a solas con la niña que la fortuna nos iba conceder. El resto de los juegos diferenciaban siempre los dos sexos y no era habitual la comunicación personal con las niñas del pueblo. Este juego tradicional tiene que ver con la liturgia del año, el día de Todos los Santos, y con el final de la recogida de la cosecha del maíz.
La cosecha del maíz siempre tuvo una cierta tradición folclórica en todos los pueblos de Asturias, son las famosas reuniones de trabajo para desgranar el maíz donde los mozos y las mozas aprovechaban para el cortejo, lo que en esta comarca llamaban “les esfueyes”. Los niños no podían ser menos y teníamos este encuentro milagroso en la noche de las brujas buenas.
Durante la recogida de la cosecha del maíz se apartaban las panojas, se recogían en cestos, luego se las preparaba para formar las ristras o riestres de maíz que se colgaban de los hórreos y de los corredores de las casas para que secaran y maduraran al sol. Las espigas se recogían en montones en forma de pirámide como las tiendas de campaña, se entretejían unas cañas entre sí y se amarraban con cibielles, que eran varas verdes de avellano con función de cuerdas, para que aguantaran de pie las inclemencias del tiempo, sobre todo la surada otoñal. Esta estructura vegetal o gavillas que formaban las espigas de maíz se llamaba en la zona de Aller “tucas”, sin embargo en otras zonas de Asturias la palabra tuca cobraba el sentido de la raíz o tarucu que quedaba después de desgranar la panoja, en otras comarcas a estos armazones verdes denominaban cucas. La función de las tucas era el secado de los tallos y las hojas para el forraje del ganado, las hojas también servían para el relleno de los colchones y las cameras de los animales.
En la historia de la noche de brujas las tucas tenían una función primordial en la ceremonia de brujería, este haz de espigas piramidal era el lugar perfecto como escondite para los juegos de esta época del año, además la tuca tenía la flexibilidad suficiente para formar un habitáculo inmejorable y suficiente para el cuerpo de los niños.
En los últimos días del mes de octubre cuando llegaban las primeras oscuridades de la noche, el atardecer, las niñas y los niños del pueblo creábamos un clima de misterio y superstición en los maizales vacíos de la cosecha, que estaban sembrados de tucas dispersas por todo el terreno.
Desconocíamos los orígenes de estos juegos que nosotros practicábamos por imitación a los niños de mayor edad.
Por esta época del año la cosecha de calabaza está en pleno desarrollo, las piezas tienen ya un buen tamaño para que, debidamente preparadas, funcionen como elemento fantástico en esta noche de encanto. La recogida de las calabazas la hacíamos los niños a escondidas de los dueños de las huertas donde estaban sembradas, aceptaban de mala gana esta costumbre tradicional de los niños, porque en las casas se utilizaban para uso culinario; el dulce de calabaza o cabello de ángel, también tenían aplicación en la matanza para la preparación de las morcillas, pero los vecinos toleraban esta rapiña porque ellos mismos habían disfrutado de este juego en algún momento de su infancia.
Los niños, cuando ya habíamos recogido un número suficiente de calabazas, las llevábamos a lugar convenido para su preparación como objeto sagrado en la noche de las brujas buenas, se transformaban en elemento fantástico de ceremonia, cortábamos, a modo de boina, un trozo de uno de los extremos para poder vaciar el contenido, después se abrían cuatro agujeros tallados que dibujaban los ojos, la nariz y la boca creando un rostro misterioso. Dentro de la calabaza plantábamos una vela de cera para que, cuando estuviera encendida, diera la impresión de una cabeza de fantasma con luz propia.