Canorón el ferraor es uno de los personajes que forma parte del retablo histórico de San Salvador, digo histórico porque aparece a través de la tradición oral de las gentes del pueblo. Lo apodaban el ferraor porque ejercía en el pueblo el oficio de herrero, pero a estos relatos se acerca por las características de su mezquina personalidad más que por el oficio que ejercía.
Tuve referencias de su existencia y de su catadura moral a través de las gentes del pueblo y de la familia de los Petimalé. Ellos habían tenido con Canorón una mala experiencia por culpa de la envidia, la avaricia y la informalidad a la palabra dada del protagonista de estas historias.
Manuel y Mercedes, los Petimalé, trabajaban una pequeña tahona, fabricaban el pan, lo repartían en San Salvador y en la parte alta del concejo de Aller. Cuando ya habían cosechado una buena clientela, pensaron que era un buen momento para hacer compatible a la venta del pan con la del vino y de esta manera aprovechaban la poca infraestructura de la tahona.
Los Petimalé hablaron con Canorón, el ferraor, porque tenía un bajo desocupado y abandonado, puerta con puerta con la panadería, pensaron que era el lugar ideal para montar el almacén de vinos. Concertaron de palabra una renta, sellaron de hecho y cumplieron lo pactado durante tres años. Los ojos de envidia de Canorón , el ferraor, lo llevaron o romper la palabra dada, sobre todo cuando vio que el joven matrimonio de los Petimalé aumentaba las ventas del pan y del vino. Fue entonces cuando Canorón comunicó a Manuel, el panadero, que tenía que dejar el local porque lo necesitaba él para montar un negocio. Manuel sabía que las intenciones de Canorón buscaban quedarse con el nuevo negocio de la venta de vino, porque no había otro local disponible en todo el pueblo. Manuel sacó todas las pertenencias que tenía, limpió el local y antes de marchar pintó con alquitrán en la pared más visible la calavera con los dos huesos cruzados debajo de ella con la siguiente inscripción:
Meménto, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris.
( Acuérdate de que eres polvo, y has de volver al polvo. )
Con este epitafio, tomado de las palabras para el ritual de la imposición de la ceniza el primer día de cuaresma, terminó para siempre la relación de los Petimalé con Canorón, el ferraor.
Además de las virtudes señaladas Canorón era un personaje raro, brusco, egoísta y huraño, desconocía lo que eran los sentimientos tanto para los suyos como las demás gentes del pueblo. No se tiene constancia en el pueblo que tuviera alguna manifestación en este sentido con ninguno de sus hijos, a pesar de lo respetuosos que éstos eran con su padre.
Pepón era el segundo hijo de Canorón, el ferraor, había emigrado a la Argentina, más por el cariño que tenía en casa que por la falta de medios de la familia. Después de veinte años en América llegó a casa justo cuando su padre acababa de salir con el carro a repartir los pellejos de vino por la comarca. Candelas, al ver a su hermano lo abrazó e instintivamente salió corriendo a buscar a su padre para comunicarle la buena noticia. El ruido de las ruedas del carro y los cascabeles del caballo no dejaban oír a Canorón la voz de su hija que gritando lo llamaba:
- ¡ Padre ¡ ¡ Padre ¡ …
Cuando Canorón la vio a su altura dijo:
- ¡ Sooooo ¡
Ella muy emocionada le habló:
- ¡ Vino Pepón de la Argentina ¡.
Con desprecio y mientras agitaba las bridas del caballo dijo:
- ¡ Arre , caballo ¡.
Esta fue toda la alegría que Canorón demostró por la noticia de la llegada de su hijo de las Américas.
Pero cómo se iba a extrañar Candelas, la pobre, de la expresividad y del cariño de su padre. Ella había sufrido en sus propias carnes la indiferencia y la vergüenza ante todo el pueblo.
Candelas, la hija de Canorón se iba a casar con un muchacho de Quirós y cuando ya tenían todos los preparativos para la boda, eligieron el día para la ceremonia en la iglesia de San Salvador. Llegó el día señalado para los esponsales y se dirigieron todos los invitados camino de la iglesia detrás de la novia. Cuando llegaron vieron que el novio no estaba esperándola a la puerta de la iglesia, como era costumbre. Todos los invitados pensaron que era un simple retraso de la comitiva del novio, pero pasó el tiempo y a las dos horas Canorón se dirigió a su hija con estas consoladoras palabras:
- Vete pa casa y quita los trapos.