Publicado en DIARIO MONTAÑES 1 febrero 2015
Por fin, en una reunión de políticos, se ha oído un discurso político. Por fin se ha enviado un mensaje de ánimo. Por fin se ha realizado una critica abierta a las actuaciones. Por fin se han recordado las esencias fundamentales donde asientan los ideales que deben dirigir una acción política. Hasta ahora, legislando pensando solo en las cuentas de resultados, nuestros gobernantes ejercían su labor como podrían haberlo hecho unos directivos, atentos a los balances, los recortes de gasto y la búsqueda de financiación. ¿Qué le importa al ejecutivo el bienestar de sus empleados?. Su preocupación es en mantener su mercado y las ventas.
Desde que el PP ganó las elecciones, su mayor esfuerzo ha sido abordar los temas de una economía destrozada. Pero dejó al margen las reformas que todos esperaban: la reducción del gasto público, tanto a nivel nacional como autonómico, la reforma de la ley electoral, la racionalización de la administración pública, el mantenimiento de la autoridad del Estado sobre los separatistas, la reforma de una justicia dotándola de medios para hacerla más rápida e independiente. ¿Tan difícil era resolver por decreto el desmán de los depósitos preferentes, la eliminación de múltiples empresas públicas inútiles, la aplicación de una reforma educativa en profundidad?. Se han desaprovechado años de mayoría absoluta en busca de consensos imposibles. Y así ha resultado, al amparo de leyes no reformadas, que la Justicia siga dependiendo del ejecutivo, que el endeudamiento de las comunidades autónomas siga creciendo, y que se mantengan medidas laborales que impiden la equiparación del trabajador y del empresario español, en sus derechos y obligaciones, con el resto de los países de Europa.
Ha sido necesario que Moisés descendiese del monte Sinaí y arremetiera contra su pueblo, recordándole sus esencias, clamando por su auténtica identidad y por aquello que prometió en su día, con un mensaje de contenido político olvidado por un ejecutivo atrincherado en la elaboración de leyes y normas como lo podría haber hecho el director de la General Motors. Aznar cometió errores graves en su mandato y los asume. El actual PP ni los reconoce ni los asume. Ni por su turbia financiación irregular, ni por la defensa débil de sus corruptos, ni por su forma de afrontar el separatismo catalán, ni por la condescendencia en la excarcelación de terroristas, ni por su tolerancia hacia el aborto conseguido con los gobiernos de Zapatero, ni con la necesidad de aplicar una firme renovación de la educación. Siempre buscando consensos imposibles, con la historia de la herencia recibida, pensando que las reformas parciales son mejores que los cambios drásticos e incapaz de dirigirse a la nación sin complejos.
Aznar ha surgido como un trueno, frente a un auditorio que esperaba aplaudirle cortésmente sin esperar la reprimenda. Se le tenía olvidado, como al pariente descarriado responsable de la desgracia familiar, y aun son muchos quienes buscan enfrentamientos y desencuentros. No será el Moisés que lleve a los suyos hasta la Tierra Prometida, pero ha cargado contra el Becerro de Oro. No recuerdo que en ningún momento, ningún partido haya hecho una autocrítica pública de su actuación. Ni en el PP, ni por supuesto en el PSOE que silencia los desastres de su anterior gobierno. O de aquellas formaciones más a la izquierda que siguen buscando en el comunismo, pese a su tenebroso pasado, la solución de los males. Hasta hoy.
El problema es si sus palabras serán solo un mal trago pasajero. Gobernar no es solo dirigir un país, sino hacerlo siguiendo un ideario. Si éste no existe, la misión podría encomendarse a un equipo de economistas y juristas, que estudien los balances económicos y el cuerpo de las leyes. Pero ocurre que los partidos políticos se basan en ideas. No es lo mismo gobernar con una visión colectivista que promoviendo la iniciativa individual. No es lo mismo recoger impuestos para que el Estado gestione la economía, que dejar que los ciudadanos dispongan de su propio dinero y ser los motores de la riqueza. Nos hemos olvidado del orgullo de ser una nación y nuestros logros, para sustituirlos por la aceptación de convertirnos en una aglomeración de autonomías enfrentadas, aceptando la educación del esfuerzo mínimo, y tolerando que el Estado se introduzca en nuestras casas reglamentando nuestras vidas hasta extremos asfixiantes.
En los momentos difíciles hay que buscar personas capaces pero, sobretodo, éstas deben tener claras sus ideas. Si todo se reduce a un entendimiento con la oposición, cuando ésta abiertamente la rechaza, el camino debe hacerse en solitario, con el respaldo de la mayoría absoluta lograda. Y si no, pongamos el gobierno del país en manos de un equipo de economistas para que nos saquen las castañas del fuego y dejémonos de zarandajas ideológicas.