Publicado en Diario Montañés el 26 julio 2017
La identidad española se ha forjado por la unión de territorios y el sentimiento de pertenecer a una misma comunidad compartida durante siglos por encima de costumbres e idiomas. Sin diferencias étnicas ni religiosas desde hace años en Cataluña, se ha gestado una abierta confrontación con la idea global de España, utilizando como excusa la existencia de una lengua minoritaria y un particularismo presente en cualquier otra región.
Muchos factores han contribuido a ello: la ley electoral premió a los partidos nacionalistas y se toleró una política hostil hacia el concepto de españolidad, forjadas por políticas educativas que han formado a dos generaciones de jóvenes en la creencia de un pasado inexistente derivando a la creencia en una historia falseada, donde Cataluña aparece como víctima esquilmada por un centralismo egoísta, cuando lo cierto es que siempre ocurrió lo contrario. Convencidos de ser diferentes, despreciando al resto, incluyen en su delirio secesionista, a lo que llaman “países catalanes”, Baleares y Valencia como parte de su quimera. Podrían, hacerlo igualmente con el Rosellón, Sicilia y Nápoles, que fueron durante siglos parte de la Corona de Aragón.
Hoy, las dificultades económicas de Cataluña, como si no existieran en el resto de España, se utilizan como expresión de marginación y se proclaman abiertamente los aspectos diferenciales para iniciar una aventura secesionista, sin importar las consecuencias: desde pagar sus propias pensiones y deudas, hasta construir sus estructuras o buscar mercados sin la cobertura de la Unión Europea. Una losa económica que deberán soportar por sí mismos. Pero incluso aunque nadasen en riqueza, se esgrimirían con igual fuerza las mismas intenciones secesionistas seguros de convertirse, de la noche a la mañana, en Luxemburgo o Mónaco, como antes quisieron ser Quebec o Eslovaquia.
Frente a las continuadas exigencias nacionalistas muchos angelicales políticos consideran el cambio Constitucional como medida necesaria, aunque nadie explica en qué consistiría. ¿Sería una nueva reorganización poliédrica de España?. ¿Se apagarían definitivamente los sentimientos de mutuo agravio o conducirían a la emigración de masas de población de unas zonas a otras?. Un gran número de catalanes se sienten también españoles, pero su voz está ahogada dentro del clamor independentista y tras la secesión podría iniciarse la marginación de quienes comparten el amor a su patria chica con la pertenencia a España. ¿Cómo reaccionarían sin renunciar a sus propias raíces?. ¿Y cómo lo haría el resto del país ante los catalanes que viven y trabajan en las demás tierras de España?. Ya se comienzan a oir voces de hartazgo pidiendo la ruptura definitiva, incluso la extensión de un referéndum en toda España para aclarar la situación.
Hemos olvidado que España ha sido la única nación del mundo occidental donde en el último siglo las diferencias políticas condujeron a una guerra civil y junto a Yugoslavia el único país europeo donde las escisiones se han ahogado en sangre. La separación de Noruega y Suecia fue un acuerdo final para resolver los continuos enfrentamientos entre ambos desde la Edad Media. Lituania es un recuerdo medieval, señorío de los caballeros Teutónicos y ocupantes rusos y alemanes, cuya historia se mezcla con Polonia. Letonia y Estonia fueron creaciones artificiales tras la Primera Guerra Mundial para aislar a la revolución rusa. Eslovaquia se separó de Chequia, tras poco más de medio siglo de convivencia mutua y fue el resultado de una decisión política, no de sus gentes. Y hace no muchos años, Yugoslavia, tras matanzas y desplazamientos de población justificados por la religión, la lengua y el despropósito criminal de sus dirigentes acabó desintegrado en siete países: Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Montenegro, Macedonia y Kosovo, casi todos hundidos en la pobreza. La mayor parte jamás existieron o sus antecedentes históricos se remontaban a breves periodos de independencia. ¿Alguien les advirtió que algún día el infierno estallaría entre ellos?.
Hoy una parte de los catalanes rechaza la permanencia con el resto de España, porque están dirigidos por radicales que no se consideran españoles, desafiando a la Constitución que masivamente votaron en su día como ley suprema del Estado y el desprecio de sus símbolos. El referéndum anunciado tendría escasa utilidad porque el resultado nunca sería aceptado por una de las partes ni acallaría las demandas o apagaría los sentimientos fomentados por sus actuales dirigentes. El sentimiento de ser español y catalán se ha convertido en una cuestión financiera donde los deseos independentistas se argumentan como sin la pertenencia a un país se tratase de un simple balance económico, olvidando los lazos familiares e históricos que durante siglos les mantuvieron unidos. Es el final que se ve venir y que puede acabar en un enfrentamiento y una escisión social de dimensiones dramáticas. La responsabilidad final radica en la falta de pulso que impregna a un país, donde la exhibición de los símbolos que nos unen o el recuerdo a una historia común se consideran hechos vergonzantes y en la falta de valor suficiente para acabar con todo lo que signifique un desafío a la convivencia y a la ley.