La actualidad social y educativa exige reflexionar permanentemente sobre el papel del profesor en la escuela y su relevante función social. Del profesorado depende, en buena parte, el éxito educativo. La contribución del profesorado a la sociedad se torna esencial al tener depositada la misión de educar y formar a los ciudadanos para afrontar los retos que demanda una sociedad en cambio permanente.
La figura del maestro, del profesional docente, ha sido injustamente infravalorada a través de los tiempos, por la sociedad en general. Sin embargo, a partir del último cuarto del pasado siglo XX, por poner una fecha orientativa, la sociedad se ha percatado progresivamente de la relevancia personal y social de los docentes.
Las reformas educativas han sido plasmadas por los gobiernos de todo signo en las leyes educativas promulgadas en distintos momentos históricos. Así, La Ley de Instrucción Pública, de 9 de septiembre de 1857, más conocida como Ley Moyano, fue la primera Ley General de Educación que favoreció una buena ordenación administrativa de la enseñanza y que estuvo vigente más de CIEN años; la Ley General de Educación (LGE) de 1.970, recordada como Ley de Villar Palasí, Ministro de Educación de la época, es la segunda Ley General de Educación promulgada en España, tras la elaboración previa de un Libro Blanco; la Ley Orgánica sobre el Estatuto de Centros Escolares (LOECE) de 1.980; la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (LODE), de 1.985; la Ley Orgánica General de Ordenamiento del Sistema Educativo (LOGSE), de 1.990; la Ley de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes (LOPEG) de 1995; la Ley Orgánica de las Cualificaciones y de la Formación Profesional (LOCFP) de 2002; la Ley de Calidad en la Educación (LOCE) de 2.002 y Ley Orgánica de Educación (LOE), que entró en vigor en 2.006.
Sin embargo, el protagonismo reservado a los docentes ha ocupado un lugar discreto en todas ellas. Para nada, en mi opinión, el lugar esencial que, por su trascendental función, les corresponde, en el desarrollo personal, profesional y social de sus alumnos, de los ciudadanos.
El profesorado desempeña, junto al alumnado, un papel protagonista que debemos articular con claridad. A los profesionales docentes, para el desarrollo de su función, el sistema educativo les entrega un currículo abierto y flexible para responder adecuadamente a las individualidades de cada alumno. A partir de ese momento, los docentes deben enfrentarse a la realidad para afrontar los desafíos educativos que demanda la sociedad en cada momento histórico: una sociedad cambiante; unas familias insuficientemente comprometidas con la educación de sus hijos; los cambios legislativos; la realidad de la multiculturalidad; la atención a la diversidad, la recuperación de valores; su propia formación permanente.
La actual sociedad exige al sistema educativo, a la escuela, al profesorado, la formación de ciudadanos aptos en competencias básicas, personales, profesionales y sociales que nunca antes había demandado. El profesorado es una parte fundamental del sistema educativo. Por ello, es conveniente encontrar mecanismos que aligeren las múltiples dificultades a las que se enfrentan cada día en su práctica docente, en su trabajo diario.
Pero no es fácil. El colectivo de profesionales docentes es muy numeroso. Por ello, es fácil encontrar algunos de ellos con una formación pedagógica insuficiente para afrontar la multitud de situaciones con las que se encuentran en el día a día: una gran diversidad de alumnos, consecuencia del fenómeno de la inmigración y multiculturalidad; un progresivo deterioro de su autoridad, fruto de la insuficiente valoración social; excesiva conflictividad, fruto de una sociedad que ha devaluado algunos valores esenciales como la responsabilidad, la autoestima, el espíritu de superación, el respeto a las personas y cosas o la laboriosidad y el esfuerzo como camino necesario para alcanzar objetivos y metas en la vida.
También, es incontestable el impacto de Internet y las nuevas tecnologías en la hoy denominada sociedad de la información y del conocimiento. Esa realidad nos muestra infinidad de cambios que tienen que ver con la manera de recibir la información, con nuestra forma de trabajar, de relacionarnos, de compartir, ….. Una evaluación de las competencias digitales del profesorado nos muestra un importante déficit en su formación en esta área y, consecuentemente, en la aplicación de las TIC como herramienta cotidiana en su práctica docente.
Cada día es más frecuente encontrarnos con profesionales docentes con un elevado grado de estrés y falta de motivación. La baja consideración social de su trabajo hace mella, también, en muchos de ellos. Atajar esta situación es una prioridad inaplazable. Sus orígenes se encuentran, en no pocas ocasiones, en la progresiva incapacidad profesional derivada de la falta de cualificación y formación para gestionar satisfactoriamente situaciones y problemas inherentes a la escuela del siglo XXI: diversidad, conflictividad, necesidades educativas especiales, recuperación de valores, etc.
Es frecuente observar que todavía un porcentaje significativo de profesionales docentes muestra una negativa actitud y un cierto grado de resistencia hacia el cambio. Ello es debido, sin temor a equivocarme, a la falta de seguridad en si mismos, consecuencia de una deficitaria formación inicial y continua. Por ello temen cambiar los contenidos, metodologías e instrumentos utilizados en su trabajo diario. “Siempre lo he hecho así”, dicen. Utilizan una metodología basada en proporcionar información, de forma habitual y repetitiva, por que les proporciona seguridad. Magíster dixit! Adoptan una posición cómoda para evitar dedicar tiempo a su propia formación funcional, pedagógica, para adaptarse a las nuevas corrientes metodológicas centradas en el estudiante, en el alumno.
La llave para mejorar la calidad del servicio educativo que proporcionamos a nuestros alumnos se encuentran en la formación. De una parte, la formación inicial del profesorado. Esa no se pueda cambiar para los actuales profesionales. Es la que es. O mejor dicho, fue la que fue. De otra parte, la formación permanente a lo largo de toda la vida profesional. Esa si se puede mejorar. En la formación continua encontraremos la solución para afrontar el papel que la sociedad de este siglo reserva al profesorado.
Hoy en día, como manifestara en uno de sus libros Philippe Perrenoud, -Diez competencias para enseñar- los profesores deben poseer o, en su caso, adquirir competencias profesionales para:
- Organizar y animar situaciones de aprendizaje
- Gestionar la progresión de los aprendizajes
- Elaborar y hacer evolucionar dispositivos de diferenciación
- Implicar al alumnado en su aprendizaje y en su trabajo
- Trabajar en equipo
- Participar en la gestión de la escuela
- Informar e implicar a los padres y madres
- Utilizar las nuevas tecnologías
- Afrontar los deberes y los dilemas éticos de la profesión
- Organizar la formación continua.
Yo asumo estas competencias. Son una muestra de otras muchas que debe reunir el profesorado para atender las demandas de la sociedad en la formación de los ciudadanos que vivimos el presente siglo XXI. Por ello, por que el papel encomendado por la sociedad a los docentes esta repleto de actuaciones que nunca antes había imaginado el sector, esta profesión exige una reflexión colectiva desde todos los estamentos políticos, administrativos y sociales. El papel del profesor del siglo XXI es otro diferente al que tradicionalmente tenía encomendado. Ello exige una redefinición de la función docente y de su carrera profesional, incluido su estatus social, su condición de autoridad pública en el desarrollo de su trabajo y por supuesto, también, sus incentivos y reconocimientos, en suma.
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