Estudiantes del siglo XXI

Hablar de los estudiantes que llenan las aulas de los centros educativos españoles exige asimismo reflexionar sobre la figura del profesor que guía su desarrollo académico y personal

 

En unas recientes declaraciones, el secretario de Estado de Educación, Mario Bedera, afirmaba que en las aulas solamente tienen cabida los mejores profesores. Por ello, el Ministerio de Educación trabaja en un nuevo modelo de acceso a la función docente, en el que ya se implican los consejos escolares autonómicos y del Estado con la finalidad de aportar sus reflexiones y recomendaciones.

 

Personalmente, me siento muy orgulloso de pertenecer a la Comisión de Planificación General de la Enseñanza del Consejo Escolar de Cantabria. Todas las comisiones temporales del Consejo Escolar de Cantabria se encuentran trabajando, en la actualidad, sobre un único tema de debate: el profesorado del siglo XXI. Y lo hacen en torno a cuatro aspectos esenciales: su selección, tanto para el acceso a la formación como para el puesto de trabajo; su formación inicial; su formación permanente y su evaluación.

 

En mi blog de Decroly Digital presenté Debate sobre el profesorado del siglo XXI en donde plasmé algunas pinceladas sobre el estudio abordado en el seno del Consejo Escolar de Cantabria y sus comisiones de trabajo temporales, en torno a la figura del profesor del siglo XXI. Es un sentimiento generalizado, no solamente del Ministerio de Educación y de las autoridades educativas autonómicas, sino también de toda la ciudadanía, afrontar el reto educativo que demanda el mundo que nos toca vivir. Probablemente, los cambios tecnológicos,  económicos y sociales, acaecidos desde la entrada del presente milenio, sean los más determinantes que jamás haya experimentado la humanidad, en un espacio de tiempo similar.

 

¿Qué nivel de influencia ejerce sobre la población en general y sobre los jóvenes en particular las redes sociales, por ejemplo? ¿Cómo afecta a la vida de los ciudadanos; de las empresas e instituciones; de los organismos públicos y privados, la presencia de Facebook, Twitter, Tuenti, Blogs, etc.? ¿Qué nuevos roles deben desempeñar los padres de familia, los dirigentes empresariales e institucionales para canalizar las fortalezas que aglutina una población 2.0?

 

Formuladas estas preguntas, añado otras más específicas del mundo educativo: ¿Cómo deben los profesionales docentes gestionar los grupos de escolares y estudiantes que han nacido en una sociedad 2.0, tan diferentes a aquellos otros con los que trabajábamos con medios analógicos, en el pasado siglo XX? ¿Cómo son los niños, los adolescentes y los jóvenes que se encuentran en nuestros centros educativos? ¿Qué esperan del sistema, de nosotros profesionales docentes, todos estos jóvenes? ¿Qué habilidades deben alcanzar para tener éxito en esta sociedad que hemos descrito, en el siglo XXI?

 

Dicho lo anterior, me ocupo ahora de la figura del alumno. El mundo ha experimentado cambios radicales en muy corto espacio de tiempo. Todos los nacidos a partir de los años 90’ del pasado siglo XX han vivido en un mundo con  ordenadores y toda suerte de dispositivos digitales. Acceden a la información y al conocimiento no formal en tiempo real, a través de internet y la mensajería instantánea, conectando con otros jóvenes de cualquier lugar del planeta. Esta generación de ciudadanos, a quienes se les otorga el apelativo de digitales, demandan al sistema educativo profesionales docentes capaces de comunicarse a través de los medios que ellos usan –redes sociales, mensajería instantánea, blogs- y que mantengan viva su motivación para afrontar los cambiantes retos vitales a los que se enfrentan.

 

Algunas veces lo he mencionado en otros posts recurrentes. Los jóvenes de hoy se han labrado otras expectativas, diferentes a las de aquellos nacidos anteriormente a los años 90´. ¡No se parecen en casi nada! ¿Y nosotros, los docentes? ¿Hemos cambiado lo suficiente como para comprender a esta nueva generación de ciudadanos? Ellos, nuestros alumnos, pueden desarrollar varias tareas simultáneamente; pueden mantener su atención dividida para realizar varias actividades a la vez, eso sí, durante muy poco espacio  de tiempo. Ello es consecuencia del entorno multimedia en el que viven.

 

Algunas de estas reflexiones son fruto de mi experiencia personal. Mi hijo menor, de diez años de edad, se divierte con un videojuego en su portátil; participa de las conversaciones familiares; ve la televisión y responde en el Messenger a varios de sus compañeros de clase y amigos que concurrentemente conectan con él por diversos motivos. Además, y de repente, te increpa: papá, ¿jugamos un rato al fútbol? Su actividad es muy dinámica. De lo contrario, se aburre, dice. Si, es cierto, se aburre. Yo le creo y esa sensación me la traslada, en no pocas ocasiones, al ámbito escolar.

 

Con este prototipo de niño y de joven estudiante, no es de extrañar que sus expectativas en el aula sean acordes con las destrezas que experimente en su vida cotidiana. El problema surge cuando al llegar a clase, este alumno se encuentra con un regreso, a través del túnel del tiempo, a “su” prehistoria, a un mundo analógico que nunca ha conocido y que rechaza por lento, aburrido y caduco. Además, los constantes inputs audiovisuales que recibe le inducen a requerir el desarrollo y consolidación de esas habilidades multitarea que la sociedad le demandará cuando se incorpore al mundo laboral.

 

Las inteligencias múltiples del individuo, que preconiza el recientemente galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales 2011, Howard Gardner, al hablar de la escuela inteligente, advierten sobre la diversidad de potencialidades innatas de los individuos. La inteligencia humana no es única ni idéntica. Por ello, los estudiantes de hoy deben prepararse para afrontar diversos retos de empleabilidad, escasa hoy en día, por otra parte. Esa es la razón por la que los jóvenes que habitan las aulas de los centros educativos han de adquirir habilidades que les cualifiquen para adaptarse a entornos rápidamente cambiantes como los actuales. La obsolescencia, fruto de los avances continuos de las nuevas tecnologías, exige un compromiso con el aprendizaje a lo largo de toda la vida activa, en un contexto globalizado, en el que en no pocas ocasiones se verá obligado a competir en otros lugares distintos a su residencia habitual, incluso en otros países.

 

Por ello, los estudiantes actuales están “condenados” a aprender idiomas y a adquirir conocimientos sobre la comunidad internacional. Además, el fenómeno de la globalización exige esfuerzos de adaptación e integración multicultural y multilingüística, en la que la comunicación interpersonal y en grupo, y las habilidades cooperativas, se me antojan esenciales.

 

Los estudiantes del siglo XXI han de adquirir otras habilidades que favorezcan su madurez y desarrollen su inteligencia emocional. Todo ello, sin perjuicio de adaptarse al trabajo cooperativo en equipo para facilitar la optimización en la productividad empresarial y asimilar las cambiantes tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC) que condicionan el desarrollo personal y profesional de cada individuo y su aportación a la productividad, calidad y competitividad de las empresas.

 

Resumiendo: los estudiantes de hoy han nacido en la era de internet, en la era digital. Para triunfar en esta sociedad del siglo XXI requieren unas habilidades y competencias que satisfagan las exigentes demandas de la sociedad en general y del mundo empresarial, en particular. Su hábitat habitual gira en torno a un teléfono de última generación, un ordenador con internet, una permanente inmersión en redes sociales, su capacidad para desarrollar habilidades multitarea y colaborativas y, en suma, alrededor de una nueva forma de comunicarse globalmente y aprender. En este contexto y con ese perfil, ¿Cuál es la respuesta de la escuela a la hora de formar estos estudiantes? ¿En que medida el sistema educativo y los profesionales docentes atienden adecuadamente las demandas que la sociedad y los propios educandos exigen?

 

Hagamos una reflexión individual y colectiva para sacar las oportunas consecuencias; marquemos una hoja de ruta y, finalmente, pongamos todos los recursos necesarios para conseguir que los estudiantes del siglo XXI se sientan totalmente realizados en la escuela. De esta manera haremos nuestro el proverbio chino: «Si el alumno no supera al maestro, ni es bueno el alumno; ni es bueno el maestro.»

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