Ingratitud

Hace unos días, en la tertulia previa a una partida de mus en el bar de mi pueblo, surgió el tema de la ingratitud

 

Ocurrió de forma espontánea, en el contexto de otros temas que suelen ocupar nuestro tiempo de ocio antes, durante y después de una partida de mus. Éramos seis personas, todas vecinas del municipio en el que vivo –Santa Cruz de Bezana-, de muy diversa procedencia cultural y estatus social: un empresario, un empleado de banca, un jubilado, un exfutbolista, un funcionario público y yo mismo.

 

Es curioso pero, durante el debate, todos los participantes mencionamos situaciones personales patéticas; increíbles, si no fuera porque los protagonistas de las respectivas historias y experiencias relatadas se encontraban allí presentes. Las anécdotas y “batallitas” comentadas fueron protagonizadas por personas allegadas a cada uno de los tertulianos y se ajustaban a un perfil común, el representado por la denominación de ingratos, desagradecidos, egoístas y desleales. Alguien concluyó: «La gratitud es la menor de las virtudes; la ingratitud el peor de los vicios»

 

Apartándome de los habituales contenidos de mis posts, pero reflexionando sobre la condición humana de ser agradecido, me senté frente al teclado del ordenador y, pronto, me surgieron algunas experiencias propias que juzgué con rigor y objetividad. Unas, son públicas, como mi agradecimiento en cuerpo y alma a quien fuera mi primera maestra, Dª María Torner; otras quedan en mi intimidad, eso sí, con la conciencia serena por haber sido agradecido en cada momento y de por vida, con quienes me ayudaron y beneficiaron.

 

Pero volvamos al título de este post, la ingratitud. La Real Academia Española de la Lengua define ingratitud como  “desagradecimiento, olvido o desprecio de los favores recibidos”. A mayor abundamiento, y para glosar este término con suma riqueza de datos, pensé que sería interesante “bucear” en internet sobre este concepto para ampliarlo con expresiones de insignes hombres de letras a lo largo de la historia de la humanidad. Tengo que reconocer que algunas de las encontradas –que enuncio a continuación- me han ayudado a comprender mejor lo que representa el concepto ser desagradecido.

 

Hay dos frases que destaco sobre las demás: una de Quevedo, insigne poeta y escritor español del siglo XVI, “pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe”; otra del Rey de Francia Luis XV (1710-1774), “cada vez que proveo una plaza vacante, creo cien descontentos y un ingrato”. Pero veamos otras, a su vez significativas:

Ø  “no des a nadie lo que te pida, sino lo que entiendes que necesita; y soporta luego la ingratitud”, Miguel de Unamuno;

Ø  “cuando de un hombre habéis dicho que es un ingrato, habéis dicho todo lo peor que podéis decir de él”, Publio Siro;

Ø  “casi todo el mundo paga gustoso los favores pequeños; muchos agradecen los medianos; pero es raro que no se corresponda a los grandes favores con la ingratitud”, François de la Rochefoucauld;

Ø  “nada posees que no te haya sido dado. El que todo te lo dio bien puede quitarte algo. Eres, pues, no sólo un insensato, sino ingrato e injusto al pretender oponerle resistencia”, Epicteto;

Ø  “la ingratitud es hija de la soberbia”, Miguel de Cervantes Saavedra

Ø  “Poco bueno habrá hecho en su vida el que no sepa de ingratitudes”, Jacinto Benavente

 

Si nos adentramos en el refranero español, tan rico en axiomas y proverbios, encontramos un refrán especialmente relevante y significativo: “es de bien nacidos ser agradecidos”. Agradecer es una cualidad humana que conlleva demostrar y corresponder con prontitud –just in time– por un beneficio recibido. Lo contrario, desagradecer, olvidar, podría ser calificado con el mismo refrán adaptado: “es de mal nacidos ser desagradecido”.

 

Puede que Quevedo tenga razón lo mismo que Unamuno. Sin embargo, uno y otro, creo yo, guardaban la esperanza de que sus favores fueran gratificados. En mi opinión, la evidencia del día a día, en la sociedad que vivimos hoy, nos muestra que siguen existiendo personas de bien que ayudan y favorecen al prójimo. Sin embargo, la realidad social nos enseña también que, en la mayor parte de los casos, los ingratos, los desagradecidos, al ser diagnosticados por sus benefactores como tal, reciben el más doloroso de los desprecios: la indiferencia. Porque, además, los egoístas y desleales, como los mentirosos, suelen ser reiterativos y no merecen confianza alguna.

 

Finalizo esta reflexión con una afirmación propia, emulando a Publio Siro, que vivió entre los años 85 a.C. y 43 a.C., y cuya frase lapidaria recogí anteriormente: calificar de  ingrata a una persona es lo peor que se la puede decir. El ingrato insulta a la inteligencia del benefactor con su actitud y comportamiento. Por ello, a quien así se comporta es acreedor de mi más contundente repulsa, frialdad e indiferencia.

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