Desde que Revilla rindió la mitad del gobierno (y otro tanto, o más, del presupuesto regional) a los socialistas, con sus exiguos 5 diputados a la espalda (y un perder respaldo popular elección tras elección que les terminará llevando a la irrelevancia), vivo en un sinvivir. Cada jueves de nombramientos ha sido, a partes iguales, un sobresalto, una risión y un lamento. La rienda suelta al enorme ego de Revilla ha sido la de la carrera del PSOE por apañar despachos y colocar talentos. El líder regionalista necesitaba ser presidente, y cualquier precio ha sido bueno, tanto que seguro que los socialistas ni se creen la suerte que han tenido. Ha habido poltronas para los de toda la vida, y hasta les van quedando vacantes. Nunca un resultado electoral tan corto había reportado un beneficio tan largo.
Vaya por delante que tengo para mi que algunos de los elegidos son muy capaces. Su trabajo en cosas del pasado, más allá de labores internas en el partido, les pone en el lado de los buenos gerentes de lo público, ese que debería ser el único requisito para la elección. Pero ni todos visten ese traje de formalidad, ni los saldos en el haber que se han usado para designarlos tienen que ver con las habilidades que les adornan. El boletín oficial de la región lleva semanas tintado de nombres que ni saben ni se espera que sepan, salvo servir bien. Con la excusa de la experiencia se han cubierto consejerías y empresas públicas, sin mesura ni vergüenza, en un desembarco de imposibles que debería sonrojar a las personas cabales que aún le queden a ese partido.
En el lado socialista del gobierno se mezclan viejas glorias del pasado (más viejas que glorias), facturas pendientes, mutismos compensados y alguna floritura inesperada para darse el color de la apertura. Pocos técnicos, profesionales escasos y muchos apalanques y pagos. Hay partidos donde ganan siempre los mismos, y en el PSOE llevan quinquenios enredados en ese juego. Tantos como los que acumulan en la rueda del servicio prestado una porción enorme de los premiados con un puesto. No es malo estar a disposición el tiempo que haga falta, ni tampoco entrar y salir del juego público las veces que sea preciso. Como tampoco lo es asumir responsabilidades diversas, a veces incluso dispares, porque lo que importa es tener habilidad para aprender y capacidad para aplicarse con la excelencia como objetivo. Lo malo está en que las posiciones se ganen solo a cambio de aguantar el paso del tiempo llevando la carga del apoyo incondicional, o haciendo reproches con la boca chica, como pellizcos de monja, que hagan parecer que se tiene mente critica y espíritu de lucha, aunque al final se termine doblando la espalda.
Concilia mal con el discurso-a-ratos de la renovación y la nueva política que hace el PSOE esta gestión de las contrataciones, algunas del todo incomprensibles, y hasta escandalosas. Entiendo que la dirección socialista haya de cancelar saldos negativos de sus apoyos en congresos y asambleas, y por favores debidos. Pero arreglarse internamente es una cosa, y escoger a quienes mejor puedan afrontar la resolución de los problemas ciudadanos otra bien distinta. No es decente confundir a la sociedad con promesas de cambio y luego escoger como los socialistas han escogido. Sin generalizar, por supuesto, pero tampoco con paños calientes ni comprensiones solidarias. El devenir del tiempo, convertido en decadencia, ha dejado al PSOE vacío de profesionales independientes a los que pedir colaboración en la ejecución práctica del proyecto socialista. Pero no está la solución en suplir la carencia con las sombras del pasado y sus compensaciones partidistas. El viejismo y la endogamia, los silencios abonados y las colocaciones compensatorias no parecen el mejor camino ni para generar confianza ni para ganar partidarios, salvo que lo que estos busquen sean un puesto para después de madurar en la espera.