Motivación en el aula

El cielo está enladrillado, ¿quién lo desenladrillará?, el desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será

 

Con ese trabalenguas respondía mi compañero de profesión, y uno de mis “padres” pedagógicos, el finado Esteban Ibeas, para salirse por la tangente ante las vicisitudes de difícil solución que, con frecuencia, se nos planteaban en aquellos años setenta del pasado siglo XX, con los alumnos “analógicos” de la época. Eran tiempos difíciles. Se acababa de aprobar la Ley 14/1970 de 4 de agosto, General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa, impulsada por el ministro de la época, José Luis Villar Palasí. Comenzaba una trasformación del sistema educativo, inacabada a día de hoy. Se ponía fin, de esa manera, a la legendaria Ley de Instrucción Pública de 9 de setiembre de 1857, más conocida como Ley Moyano, que la precedió y que estuvo en vigor durante ¡113 años!

 

 1-profesores

 

Aquellos años setenta fueron apasionantes. Yo iniciaba una carrera profesional en la que deposité todos mis sueños e ilusiones. Trabajé duro, con intensidad, siempre en equipo, para aportar mi grano de arena, con mis compañeros de entonces y con la vista puesta en el horizonte de la modernidad, de un futuro mejor. Viví en primera persona la implantación de la Ley Palasí que, de acuerdo con su disposición transitoria primera, se desarrollaría a lo largo de toda la década. ¡Una experiencia irrepetible! Durante esa época se produjeron avances educativos, sociales y políticos de gran calado. Senté los pilares de mi vida personal; nacieron mis dos hijos mayores y, coincidiendo con el acontecimiento más relevante de la época, la aprobación de la Constitución Española, inició su andadura Decroly, en el curso 1978-1979.

 

Hace unas semanas me reuní, como cada año, con mis colegas de entonces que siguen operativos –también con algunos ya jubilados- del hoy denominado Colegio Público “Cisneros”. Una comida de hermandad que celebramos cada año, en la que siempre conciliamos la parte lúdica del encuentro con un repaso histórico de la educación en España y en Cantabria, me retrotrajo a una de las épocas históricas más decisivas de mi vida personal y profesional.

 

Echamos de menos, eso sí, al histórico Arturo Santamaría, alma máter de estos encuentros. Don Arturo, junto al citado Esteban Ibeas, Arcadio, Damián, Horacio, Manuel Pérez García, Miguel Ángel Ibáñez, titulares de la “plaza” por oposición a la denominada Escuela Aneja a la de Magisterio de Santander, constituía el núcleo de aquella Escuela, referente en Cantabria por su privilegiada relación con la Escuela Normal de Magisterio de Santander, hoy Facultad de Educación, establecida en 1.884 y cuyo primer director fue José Arce Bodega (la Escuela Normal Femenina se fundó en 1.915). Con ellos, un grupo de jóvenes profesionales veinteañeros, contratados o interinos, Antonio Gutiérrez, José Antonio Calvo, José Mª Barrón, Javier San Miguel, Isidro Valdivielso, Ramiro Peral, José Mª Iglesias,… completábamos una plantilla “de lujo”, conformada a imagen y semejanza del director de turno, el sacerdote don Ricardo Ruiz Vega.

 

No puedo evitar hacer una referencia personal a la Escuela Aneja a la de Magisterio. En aquella época, la “Aneja” tenía un estatus diferente. No era sólo un centro, sino que estaba dividido en dos escuelas, una masculina y otra femenina, cada una con su dirección independiente – don Ricardo y doña María-. Ambas entidades dependían de la Escuela de Magisterio, cuya directora -Rosario Alegría- ejercía la Inspección sobre ella. Así estaba regulado desde que entrara en vigor la Ley Moyano. En la Sección primera. De los estudios, el capítulo III, de las enseñanza profesionales, el art.61 citaba a Veterinaria, Profesores mercantiles, Náutica, aparejadores y Maestro de primera enseñanza. Más adelante, la Sección Segunda. De los establecimientos de enseñanza, el Capítulo II De las escuelas normales de primera enseñanza, el art. 109 decía: “Para que los que intenten dedicarse al magisterio de primera enseñanza puedan adquirir la instrucción necesaria, habrá una Escuela normal en la capital de cada provincia y otra central en Madrid”. Y continuaba el Art. 110: “Toda escuela normal tendrá agregada una Escuela práctica, que será la superior correspondiente a la localidad, para que los aspirantes a Maestros puedan ejercitarse en ella”. Yo, lógicamente, formaba parte del claustro de la Aneja de niños. A finales de los años setenta el Ministerio de Educación modificó la estructura y el nombre de todas las Escuelas Anejas de España, unificando las secciones, masculina y femenina, y pasando a tomar la denominación de Colegios Públicos de Prácticas Mixtos.

 

Este nombre, como el anterior de Anejas, hacía referencia a la función de estos centros, puesto que en ellos se formaban, en sus periodos de prácticas de enseñanza, los futuros maestros. Así comenzó mi relación con esa escuela. En el curso 1974-1975 inicié las prácticas de mi carrera –un año completo- a las órdenes de mi primer mentor don Ángel Ausín, y de don Esteban Ibeas, unas semanas más tarde, cuando don Ricardo se enteró de mis competencias lingüísticas en inglés. Al finalizar el año de prácticas, en uso de las atribuciones de los directores de este tipo de centros, don Ricardo propuso mi contratación a la entonces denominada Dirección Provincial de Educación de Santander. Allí permanecí hasta que solicitara la excedencia para encargarme de la dirección de Decroly, en el año 1983.

 

No sé lo que pensarán los maestros y profesores de mi generación sobre el papel social que nos ha tocado desempeñar en este período de la historia de España. Yo, personalmente, me siento feliz por mi labor en el sector de la educación. He sido un hombre privilegiado. He conocido y participado en el modelo educativo consagrado por la Ley Moyano, la ley más longeva de la historia de España, sustituida por la Ley Palasí y por otro torrente de leyes estatales y autonómicas. Hoy, en 2011, España y el mundo entero penden de un sistema educativo llamado a desempeñar una tarea sin igual en el desarrollo de la edad del conocimiento. El reto, no cesa. ¡Qué maravilla poder participar en esa misión emprendedora, creativa e innovadora!

 

Mientras escribo estas líneas, el mundo llora la pérdida de Steve Jobs, un mito, un genio creativo, un visionario. Una de sus innumerables frases lapidarias la pronunció durante su discurso ante estudiantes de la Universidad de Stamford en el año 2.005: “El único modo de hacer un gran trabajo es amar lo que haces. Si no lo has encontrado todaví­a, sigue buscando. No te acomodes. Como con todo lo que es propio del corazón, lo sabrás cuando lo encuentres”. Me identifico plenamente con esta reflexión de Jobs y no me importa decir que haciéndola mía me sirve de guía y de motivación en mi quehacer cotidiano.

 

Hoy, en la era digital, impregnada por el impacto de internet, las tecnologías de la información, las redes sociales y con el 30% o más de la población integrada en el colectivo de los nativos digitales, nos encontramos un nuevo perfil de ciudadano al que el sistema educativo debe proporcionar las capacidades y habilidades necesarias para afrontar las exigentes demandas de unos sectores productivos globalizados. Para ello, todas las ayudas son pocas. De nuevo, el amor al trabajo del que habló Jobs o la pasión por una profesión que evoluciona a ritmos jamás pensados deben estimular la motivación de los profesionales docentes para formar parte de su ideario profesional personal.

 

Es curioso. Cuando empecé a escribir este post pensaba hablar sobre la motivación en el aula. Quise hacer un preámbulo recorriendo mi etapa profesional desde el principio y he terminado contando una parte de mi vida y de mis propias motivaciones junto con la de todos los profesionales con los que he compartido el placer de educar. Pero vayamos al tema. ¿Cuántas veces hemos oído frases como ¡silencio, por favor!, en un aula? La verdad es que los profesionales docentes deben encontrarse preparados para afrontar la realidad de hoy en día incorporando el aprendizaje social y emocional en el vademécum de contenidos y en el contexto en que se desarrolla el proceso enseñanza – aprendizaje. El mundo evoluciona, las ciencias de la educación lo hacen en paralelo. Hoy se habla de inteligencias múltiples. La inteligencia verbal lingüística o la lógico matemática dejan un espacio para otras inteligencias como la espacial, ecológica o emocional (en su doble versión interpersonal e intrapersonal), tal y como las clasificó Howard Gardner.

 

Es frecuente escuchar a muchos profesionales docentes que una parte significativa de su tiempo lectivo lo dedican a resolver el conflicto que representa la desmotivación y distracción del alumnado o la falta de atención y, ocasionalmente, la ausencia de respeto por parte de alguno de ellos. Esta situación genera una cierta impotencia al profesorado a la hora de evitar esas actitudes. Pensemos un instante sobre este comentario que nos puede resultar familiar: “El primer día de clase abrí la puerta, saludé y empecé a explicar los temas que íbamos a dar durante el curso. Entonces uno de los chicos me interrumpió y dijo: -¿vamos a ver, pero tú quien eres? -Llevas razón, le dije. Salí de la clase, volví a entrar y me presenté. ¿Qué me había dado a entender ese muchacho, además de que había empezado mal? Que en esa clase él era uno de los líderes. Una de las cosas que debes observar siempre en una clase es quién es el líder”.

 

Otras dificultades muy frecuentes en relación con la motivación y actitud de los alumnos en el aula con las que se encuentran los profesionales docentes, en ocasiones, se refieren a su “agresividad con los compañeros, con el profesor, o el autoaislamiento del alumno”. ¿Qué se puede hacer para evitar esas actitudes?

“Es importante mantener una actitud firme en algunos momentos y si un profesor es demasiado pusilánime tendrá dificultades para mantener el orden. Pero por otro lado, hay que ser receptivo a las carencias y necesidades de los alumnos, sintonizar con ellos, a la vez que se mantienen claros los diferentes roles en el aula. Es un equilibrio difícil”. He rebuscado recetas y comentarios de compañeros que pueden ayudarnos en esta tarea y os traslado alguna de ellas relacionadas. Todos ellas aluden al hecho inteligente de ganarse al líder para tu causa.

 

Para ello sugiero al profesional docente establecer unas reglas de juego claras dirigidas a mantener el orden en clase. En este sentido deberíamos reflexionar sobre el criterio colaborativo alumnos-profesor-alumnos a través de unas actividades prácticas que fomenten la participación en grupos. En ningún caso debe identificarse orden con hablar el profesor y escuchar el alumno. En un centro 2.0 –no es concebible otro modelo en el año 2.011- disponemos de herramientas para mejorar la comunicación y la organización de la materia para facilitar la captación de  la atención del alumno.

 

En otro orden de cosas, conviene tener en cuenta algunas máximas muy eficaces: prevenir, mejor que curar; evaluar al alumnado en las diferentes materias, también en su nivel de disciplina; ¿mano de hierro?, ¿participación y diálogo?, en cada caso lo que proceda; explicar las normas de forma clara, incluso debatirlas, pero una vez establecidas deben quedar claras; los incumplimientos de las normas conllevan las oportunas sanciones; cumplir las advertencias; evitar la arbitrariedad; dejar claro quién tiene la autoridad en el aula; evitar dar gritos; dejar claro que se tiene la última palabra, en el ámbito de sus competencias; el alumno no es un enemigo; no hay que “luchar” en el aula, hay que hacer un camino juntos, en el cual el profesorado ayuda, guía y conduce; pactar con el líder; dar protagonismo a los alumnos difíciles, pasarán de ser conflictivos y problemáticos a ser los que más ayudan a llevar la clase; utilizar mensajes en positivo; llevar la clase bien preparada;…

 

Es evidente que los profesionales docentes se enfrentan a situaciones absolutamente variopintas. Ello forma parte, también, del encanto de esta profesión. Recuerdo una frase del escritor americano Jackson Brown: «En la pugna entre el arroyo y la roca, siempre triunfa el arroyo… no porque sea muy fuerte, sino porque persevera”. Y otra muy significativa en este contexto, atribuida a un personaje anónimo, «No son los golpes ni las caídas las que hacen fracasar al hombre; sino su falta de voluntad para levantarse y seguir adelante”.

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