El profesor estadounidense y Premio Nobel de Economía 2011 Thomas J. Sargent afirmó en «Cantabria Campus Nobel el viernes pasado que los países han de pagar sus deudas y devolver los préstamos contraídos
Parece claro que ningún ciudadano de esta sociedad desarrollada del siglo XXI debiera cuestionarse la pregunta que formulo en el titulo de este post. Sin embargo, da la sensación que algunos líderes políticos y relevantes personajes representantes de los agentes sociales lo ponen ahora en duda y así lo transmiten en tertulias, ruedas de prensa y entrevistas. Al menos esa sensación es la que yo percibo. Y no termina ahí la cosa. Muchos ciudadanos, con frecuencia los más privilegiados por su capacidad adquisitiva, se unen a ese grupo insolidario que desprecia la realidad de unos hechos de los que somos corresponsables toda la sociedad.
Recientemente, los españoles hemos sufrido un shock, como consecuencia del impacto producido por la ayuda solicitada a la Unión Europea para recapitalizar la banca por un montante máximo de 100.000 millones de euros. Pero eso no es nada, comparado con los 168.000 millones que el sector financiero ha recibido ya, desde 2008 y por la mareante cifra de deuda contraída por las administraciones públicas, empresas y particulares.
Cada día, durante los últimos años y meses, con especial virulencia las últimas semanas, los ciudadanos españoles nos despertamos con el sobresalto que produce el permanente debate sobre el déficit público, la deuda, los mercados, el rescate, la unión fiscal,… sin embargo, un ciudadano de a pié lo resumiría con siete palabras: hay que pagar lo que se debe. Dicho lo cual, la pregunta ¿cómo? obtendría una respuesta de ese personaje muy concreta: ingresando más de lo que gastamos para, posteriormente, pagar los intereses e ir amortizando deuda.
¿Qué ha ocurrido en los últimos años para llegar a esta desesperada situación? En mi opinión han confluido un sin fin de situaciones de cuya responsabilidad no se escapa nadie, en su parte alícuota. Las administraciones han gastado o, en su caso, invertido por encima de sus posibilidades, financiando la deuda con más deuda en una carrera de locos, donde el más cuerdo mataba pulgas a cañonazos. Los bancos concedieron préstamos sin un serio control de riesgos a entidades y empresas (estas últimas, en gran parte, vinculadas al sector de la construcción), recurriendo a los mercados para cubrir las incontroladas demandas. Los particulares, de manera generalizada, dado que todo el monte era orégano, no se privaron de las comodidades más irresponsables, claramente inapropiadas para sus niveles de renta, y posibilidades de endeudamiento con capacidad de retorno a sus acreedores.
En este escenario, nos encontramos con una crisis sin precedentes de procedencia poliédrica, en la que conviven escenarios que por sí mismos habrían desembocado en otra de mayor o menor envergadura. Pero esta situación ha de resolverse con el esfuerzo solidario de todos los españoles, empezando por los partidos políticos, administraciones públicas, agentes económicos y sociales y, ¿cómo no? con la aportación extraordinaria de todos y cada uno de nosotros.
Se acabó el tiempo de mirar hacia otro lado. Es el momento de afrontar decisiones durísimas que conduzcan hacia el equilibrio de las cuentas públicas primero, y permitan abordar las responsabilidades contraídas con los acreedores. Además, hemos de transmitir confianza para que, durante este proceso que presumo largo, podamos contar con el soporte de esos acreedores que se encuentran en su perfecto derecho de reclamar lo que es suyo.
Para atajar este problema el Gobierno salido de las urnas el pasado 20 de noviembre ha adoptado medidas económicas sin precedentes. Aún así, parece que la situación perversa que nos invade no cede. De tal manera que, desde organismos internacionales externos – el Fondo Monetario Internacional (FMI) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)-, se presiona al Gobierno para que adopte medidas impopulares como el incremento del IVA o bajar el sueldo a los funcionarios públicos.
Hace unos días el Premio Nobel de Economía 2011 Thomas J. Sargent intervino en el encuentro «Cantabria Campus Nobel». Sus cualificados comentarios en el transcurso de su ponencia fueron absolutamente contundentes. Los países, advirtió, han de pagar sus deudas y devolver los préstamos contraídos aún en el caso de que esa actuación conduzca a sus gobiernos a realizar cambios no deseados que pudieran incluir la cesión de parte de su soberanía. Sus afirmaciones cobran una especial relevancia dado que el profesor Sargent y su colega americano Christopher A. Sims obtuvieron el citado galardón “por su investigación empírica sobre las causas y efectos en la macroeconomía».
El desafío al que nos enfrentamos los españoles no es tarea fácil. Según ha recogido la prensa especializada en sus últimas ediciones, la deuda pública española crece a un ritmo de 435 millones de euros al día hasta el pasado mes de marzo y presagia que esa tendencia se mantendrá en los próximos años. Simultáneamente, el Gobierno de Alemania amenaza con restringir su apoyo cerrando el grifo de futuras ayudas económicas. ¡Un horizonte desolador!
Así, analizando las machaconas evidencias, el Gobierno dispone de un estrechísimo margen de maniobra. De una parte, el ajuste fiscal no admite ya discusión alguna. Hemos de controlar el déficit público para ajustarnos a los compromisos adquiridos con nuestros socios de europeos acercándolo al 5,3%. Si no fuera así, la desconfianza se generalizará entre nuestros acreedores y las consecuencias pueden ser irreparables, tanto para España como para la Unión Europea. ¿La solución? Parece sencilla sobre el papel: reformas presupuestarias y estímulo a la actividad, creación de empleo y de riqueza.
Por tanto, ha llegado el momento de dejar de lamentarse, de echar la culpa al empedrado, de llorar y enjuagar las lágrimas de nuestras penas con actitudes desesperantes y negativas. Por el contrario, ahora hemos de demostrar al mundo la capacidad de reacción de los españoles, mediante la asunción de los sacrificios necesarios para encarar la crisis y su unidad inquebrantable, ante las grandes causas, cuyo final se me antoja feliz porque venceremos cuantos obstáculos encontremos por el camino.
P.D. Este post fue escrito el 22/06/2012