La educación es el termómetro por el que se mide el desarrollo y bienestar económico y social de los pueblos. En un momento en que prestamos atención al clamor de la sociedad española por un pacto de estado por la educación me permito presentar unas reflexiones sobre la función e influencia de la escuela en la sociedad, al margen de vaivenes políticos y polémicas partidistas, siempre interesadas.
Una primera reflexión me sitúa en el contexto escolar. La escuela es el lugar en el que se dan cita los escolares de cero a veinte años, como mínimo, en los diferentes tramos del sistema educativo no universitario. Desde la educación infantil, 0-6 años; pasando por la educación primaria, 6-12; por la educación secundaria obligatoria, 12-16; por el bachillerado o ciclos formativos de primer grado, 16-18; hasta finalizar esa etapa escolar –aquellos que así lo decidieran- en los ciclos formativos, enseñanzas de música, enseñanzas de danza, de grado superior o enseñanzas superiores de arte dramático, 18-20 +, se conforma la personalidad y buena parte de la cualificación profesional inicial y desarrollo personal básico de los ciudadanos.
La educación ha sido históricamente objeto de “encarnizadas” disputas y controversias en el seno de los partidos políticos y en sus acciones de gobierno. Me gustaría estar equivocado al reflexionar sobre esta realidad. Eso ha sido así, y no tiene pinta de cambiar mucho en el próximo futuro.
A la “entusiasta” propuesta del actual ministro de educación sobre un pacto de estado por la educación, fruto de la demanda decidida de los ciudadanos desde todos los ámbitos sociales, nos encontramos con una evidencia incontestable: no se avanza, los partidos políticos mayoritarios desconfían mutuamente de las verdaderas intenciones de unos y otros. Los medios de comunicación nos trasladan a todos los de “a pié” una realidad descorazonadora. Los intereses, luchas y miserias de los dos principales partidos políticos de ámbito estatal, enzarzados en disputas internas, irrelevantes, mostrando su permanente agresividad dirigida a destruir políticamente al otro para perpetuarse en el poder o alcanzarlo, en su caso, les tiene absolutamente ocupados. Mientras tanto, el país, los ciudadanos en su conjunto, sufren.
¿Qué podemos hacer los profesionales docentes?
En primer lugar debemos hacer un gran esfuerzo para abstraernos de la pintoresca situación política y social en la que nos encontramos. En segundo lugar trabajar, trabajar, trabajar y trabajar con nuestros alumnos. Y aquí es donde yo quiero llegar reflexionando en positivo sobre el tema enunciado en el titular de este artículo.
La escuela es un lugar de encuentro, de convivencia, de aprendizaje, de interculturalidad en una época histórica absolutamente globalizada. Pero la escuela, individualmente considerada, centro a centro, es una institución singular. Cada centro se conforma de una comunidad educativa concreta, diferente, única. Los escolares y los alumnos de cada centro de educación infantil, primaria, secundaria, formación profesional u otros son exclusivos; son los que son; son unos niños, adolescentes y jóvenes concretos que pertenecen a unas familias concretas y son atendidos por un equipo de profesores distintos de los del centro de al lado.
Si hablamos de profesionales docentes, podemos y debemos decir lo mismo que hemos apuntando al hablar de los estudiantes y de las familias. A los valores intrínsecos de la profesión docente, generalmente considerados, debemos añadir aquellos otros específicos, concretos, que tienen que ver con nuestra práctica docente diaria; con los alumnos de nuestra clase; con los alumnos de nuestro centro. Para ello, la definición de un proyecto educativo específico para cada centro (PEC); la concreción de una programación general anual (PGA); la elaboración de un proyecto curricular adaptado a las circunstancias concretas del alumnado de cada institución educativa; en suma, la realización de una programación didáctica para cada materia o módulo, establecerán las líneas estratégicas, metodológicas y operativas que posibiliten alcanzar los objetivos fijados en cada caso y las competencias básicas, sociales y profesionales que permitan a nuestros alumnos ser ciudadanos comprometidos con los tiempos que les toa vivar.
En manos de la escuela y de los profesionales docentes se encuentra la llave que abre la mente de los escolares, niños, adolescentes y jóvenes sobre los que deberá sustentarse la sociedad en un futuro no muy lejano. Por ello, desde las pequeñas escuelas en los puntos más recónditos, hasta los centros escolares de las grandes ciudades, los profesionales docentes, en cooperación con las familias, y con los instrumentos que disponen en forma de instalaciones y equipamientos, deben abordar la educación y formación que demanda la sociedad de este siglo XXI. El maestro y sus niños; el profesor y su grupo de alumnos, ajenos a las contiendas políticas deben construir esa sociedad de progreso y bienestar que todos deseamos.
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