Horteras sin fronteras

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Entre la variada fauna bípeda que puebla nuestros territorios pocos tan entrañables como los horteras patrios, que en sus distintas variantes nos llaman la atención unas veces, nos sorprenden en otras y las más, producen hilaridad.

Horteras los hay de diferentes clases y modelos que sin una catalogación exhaustiva podemos mencionar en primer lugar a los horteras de bolera, en ningún caso me refiero a nuestro vernáculo juego, estoy aludiendo al hortera de bolera americana, ese patilludo ejemplar de pelo engominado con su panoplia de posturas.

Tenemos también al hortera de piscina, que dado lo espectacular de las playas que en nuestra tierra tenemos  no abunda mucho, pero que alcanza su máxima representación en la piscina un sujeto que se pasea ufano con tanga de estampado tigre.

Estos son sin embargo horteras inofensivos, producen hasta ternura, sin embargo no podemos detenernos aquí, existe otro espécimen singularmente peligroso, me refiero al hortera municipal.

Porqué digo esto …? muy sencillo, porque si de los suyo gastan las diferentes especies de hortera, el hortera municipal cada vez que perpetra una de sus actuaciones esta permanece, para castigo de unos ciudadanos que además de sufragar la horterada no pueden librarse de ella.

Horteradas municipales, comúnmente de tipo esférico tenemos muchas, demasiadas, aunque si nos centramos en las contemporáneas podemos señalar un par que pueden competir entre si para alcanzar el máximo rango de «horterada con mención esférica».

De una parte está la Plaza llamada ahora «De la Bahía», que ha pasado de ser un espacio en donde rederas y encarnadores sentaron sus reales, a una especie de «mecaguendiez» que por lo ridículo de su diseño ha cabreado a todos los vecinos de la calle de La Unión y también a los de Reina Victoria que viven entre los números 26 y 30. Sin embargo ahí permanecerá a los largo del tiempo para desazón ciudadana.

Como los horteras municipales además de plastas, son contumaces, otra actuación perpetrada contra la tradición y el espíritu de la Ciudad es la realizada en Bajamar, el lugar en donde Jan, Pedro «El Cachón» y Pompeyo ejercieron como calafates tantos años, ha pasado a ser un remedo de Benidorm con tanto banquito y tanta tumbona que espanta por su vulgaridad, en donde además, por si esto fuera poco han rematado la faena cambiando su nombre tradicional y popular, San Martín de Bajamar, por el de Severiano Ballesteros, con lo cual ni les cuento como ha quedado la melonada.

Como pueden ver vds. distinguidos lectores, actuaciones como estas no las supera ni un hortera de Bilbao.

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